jueves, 19 de junio de 2008

Nosotros, los otros mexicanos que sí queremos vivir en paz

Jesús Marín


Nunca se había visto el cielo azul de Durango surcado por tantos helicópteros a un mismo tiempo. Ojos desde las alturas hurgando entre las calles, observando el miedo de la gente, tratando de descubrir por dónde se nos fue la paz, por dónde se fueron los sicarios para atrapar a esa muerte, ahora tan cotidiana, ahora tan brutalmente común. Ese cielo que ha dejado de ser tan nítidamente azul para empezar a teñirse de un rojo de sangre. Un intenso rojo que da miedo, que nos hace pensar que aquí ya todo valió un carajo.
Y esta vez no se trataba del Señor Gobernador que en helicóptero se trasladaba a una comunidad indígena a entregar despensas y darse baños de huichol o tepehuano que tanto parece gustarle, enfundado en un ridículo atuendo que en vez de acércalo a los indígenas lo alejan más y más, al evidenciar que él no pertenece a esa comunidad por más bailes y gestos que haga.
Tampoco en esos brillantes aparatos iban empresarios japoneses buscando desde el aire un terreno donde construir más maquiladoras, para dar trabajo a miles de desempleados duranguenses que dice la administración actual que no existen, a cambio de un sueldo de explotación descarada.
Esta vez esos helicópteros no formaban parte de alguna caravana turística para promover nuestras bellezas naturales, a menos que ya sea ya natural perder la cabeza o ser acribillado por no sé cuantos miles de disparos. “Señores pasajeros desde aquí podemos admirar las hieleras en la carretera… Y a su derecha tenemos la Catedral, construida en 17…
No y no, en esos helicópteros mucho menos iban huyendo lo que queda de las policías ministeriales, aunque ganas no les han faltan. “Ellos tan fuertes, tan goliaths, tan erresquinces; nosotros, tan mínimamente Davides, tan resorteras, tan míseramente pagados, tan criminalmente asesinados. Y El declarando: “aquí nomas se mueren los malotes, todo está en paz, quesque es el efecto cucaracha, nomás que las cucarachas somos nosotros que nos están pisando a placer; hemos entregado un resto de patrullas, ay nomas les pedimos que mueran por la patria sin hacer tanto aspaviento, luego ya veremos que hacemos con sus huérfanos y sus viudas. Ah, y la Feria va a ser un éxito”.
Esta vez la realidad superó a la ficción. Los ejecutados y el miedo es real, no de película, nadie vendrá a decir ¡corteeen! y a parar las cámaras: los cartuchos aún están calientes, acabaditos de salir de la boca de la muerte, buscando un odio que acallar, una venganza que tomar, un miedo que acrecentar.
Sí, la lucha es entre ellos, los del cartel, los narcos, los asesinos, los zzetas o los xxs, pero en medio estamos nosotros, los que nomas queremos vivir en paz y ser felices, pese al salario mínimo, pese a los políticos que siguen viviendo en su particular país donde nomás por decir pendejadas ganar millonadas de sueldos sin mencionar sus negocitos particulares. Nosotros, los otros mexicanos que sí queremos vivir en paz, pese a quien le pese, felices para tener unos morritos y una mujer en quien refugiarnos; pero ya ven luego como es de ingrata la vida, y uno se opone al paso de una bala perdida y uno esta donde no debe estar y luego llegan ellos, los del ejército, los de la ministerial, y mundo acábate y mundo desmorónate, aquí todos son culpables hasta que se demuestre lo contrario, y el rompedero de puertas y jetas, y ¿cuáles pinches derechos humanos tienen ustedes? luego averiguamos si son inocentes, luego conseguimos las ordenes por lo pronto mis huevos mandan, o peor, llegan los otros, que es peor, los de las camionetas blindadas, los de armas relucientes, los que no tienen piedad y ahí se acaba el jolgorio, y ahí se acaba nuestra vida, ni tiempo de decir pío. Padre recíbeme en tu seno, en ti encomiendo el espíritu. Dinero maldito que todo compra y ya muerto pos que me toquen las golondrinas y ya muerto que me lleven enterrar entre cuatro zopilotes y un ratón de sacristán.
Eso sí, igualito que en las películas, la policía llega media hora después la balacera, del chirriar de llantas, nomás para mirar la polvorera a lo lejos, nomás para asustar mirones. Nomas a levantar el censo, a contar el número de balas percutidas, a recoger casquillos vacíos pa ver si se los cambian por uno lleno. A fotografiar los cadáveres ya sin sonrisa, ni cara donde registrarla. A recoger las hileras, ¿Pos a qué horas se acabaron las chelas? y las hieleras sin frías, en vez de hielo, sangre resaca, fríos despojos de lo que alguna vez fuera un hombre. ¿Y dicen que eran modelos recientes?, ¿de esas grandotas y de vidrios polarizados? ¿ Y todas con cuatro llantas? mira que tipos tan listos. Mientras las camionetas abandonadas, mudas y ciegas, se niegan a declarar. Luego el ridículo, el aceptado y el encubierto: ridículo número de muertos, ridículo armamento contra lo más mortífero del mundo. Ridículo e impotencia. Con la única cantaleta que parecen saberse: “estamos investigando y seguiremos investigando hasta el fin de los tiempos y cualquier otra declaración no debe ser tomada en cuenta, repito se esta muriendo gente que antes no se moría. Repito se esta muriendo gente que antes no se moría, eso es lo que tenemos más claro. Y que las balas matan. “como me hiere esa fecha a Don lamberto…”
Y la tierra de Durango dejó las películas para dar paso a una violencia real y contundente. Esos helicópteros son del ejército, que desde el aire buscan a los responsables de este ambiente de terror y ejecuciones que estamos viviendo. Ahora es imposible tapar el sol con un dedo. Ahora es imposible salir a declara que aquí no pasa nada. Ahí están los muertos, ahí están las cabezas, mudas y con los ojos muy abiertos. Ahí están los soldados que han sacado de los cuarteles, que bajado de la sierra, han dejado de ser soldados para convertirse en policías, en policías que no tiene miedo de anda, ni de morir: mexicanos al grito de guerra y un soldado en cada hijo te dio.
Miedo de la gente tirada en el piso de sus casas ante el horror del crujir de vidrios rotos, de balazos en las paredes, de lágrimas de miedo. De aullar de sirenas y el traqueteo de armas, de la sangre que va escurriéndose por las alcantarillas que antes, no hace mucho sólo recibía el agua de lluvia. Ahora el bautizo de sangre se da en cualquier iglesia y en cualquier parte de la ciudad. Ahora ni rezar es suficiente.
Y sí, son de verdad esos camiones de soldados , perfectamente armados y listos para entrar en combate que ha empezado a vigilar nuestras calles, pero esta vez no es una guerra convencional; es una guerra que se tiene que ganar a como de lugar, pese a mandatarios estúpidos, a funcionarios corruptos a mandos ineficientes, a falta de equipo y logística.
Una guerra donde va en riesgo nuestra seguridad nacional y el futuro de nosotros, los mexicanos, los que a diario tenemos que vivir y sobrevivir en este país, los que no nos queremos ir a vivir otras culturas, a sufrir discriminaciones; nosotros queremos quedarnos aquí, por es donde nacimos, porque es donde están nuestros antepasados, donde enterramos a nuestros muertos. Nosotros queremos vivir en Durango aunque muramos por no sé que guerra, por no sé que incapacidades. “Durango, Durango mi tierra querida, callada y tranquila ciudad colonial”…
Una guerra que estamos perdiendo en las calles, en nuestros hogares, cuando en esa guerra los primeros en caer son nuestros jóvenes, victimas de las drogas, cuando en esa guerra ya nos da miedo salir a la calle, a seguir luchando por un lugar en este mundo. Ellos nos están quitando la vida. Y lo terrible, nos están quitando la esperanza.
Esta vez la gente al mirar hacia el azul de cielo y ver a estos pájaros dorados, no exclamó la admiración de siempre, no, esta vez fue un suspiro de alivio, un ojalá que ellos sí puedan protegernos.
Y sí, no era la nueva película de Rambo, ni la tercera guerra mundial, esto es real. Ya no se tratan de escenas que vemos en la televisión de una guerra distante en Irak o de las ejecuciones que ocurren en la lejana Tijuana. Esto esta ocurriendo aquí, hoy y ahora. Y Dios nos agarre confesados. Y aquí nos toco vivir. Y aquí nos tocara morir. De aquí no nos movemos. Durango es nuestro y de aquí no nos moveremos. (jesusmarin73@hotmail.com)

La Orfandad de las hormigas

Jesús Marín

Una de esas estrellas tiene tu nombre me dijo la voz de la abuela, una noche cuando
todos dormían, una noche limpia de nubes y claridad de madrugada. Se escuchaba el respirar de grillos y el lamento de las ánimas.
Me lo dijo mientras sus morenas manos tejían canciones en mi cabello. mientras me daba sorbos de chocolate. Chocolate más hermoso jamás he vuelto a soñar. Manos más amorosas jamás he vuelto a sentir.
Desde entonces, aún ahora sigo creyéndome dueño de una estrella, sigo escuchando el lamento de las ánimas. Sigo atesorando las palabras de mi vieja.
VI
Mi vocación de inventor de historias proviene de mi abuela, la mestiza, que nació de sangre tepehuana y sangre de no sé dónde, la que era pequeñita como tallo de amapola pero tenía ciclópeos ojos de lechuza y alas infinitas para alcanzar la luna.
Y un rostro de niñez inconclusa surcado por millares de tortugas sonriéndole desde adentro de la piel. Y manos para nombrar las cosas del mundo. Y manos para atrapar los secretos de la noche.
Su piel conservaba la calidez del campo y aún olía al río donde refrescaba sus pies de niña. Sus ojos irradiaban luz al recordar los sabores de su niñez. Y de sus dedos brotaban blancas rosas que estallaban en mi rostro.
VII
Abuela nunca dormía, pasaba las madrugadas mirando el cielo, inventando historias para invocar al sueño. Me contaba de la niña que muere de tristeza cada noche que pasa lejos de su niñez. Y cuya alma se convierte en negra mariposa.
Entonces sus ojos se le iban extinguiendo y guardaba las perlas entre sus labios y se convertía en piedra viviente y de su boca volaban mariposas.
No la comprendí hasta el día en que murió cuando una mariposa negra se posó bajo la higuera justo encima de mi cabeza.
Entonces supe que la niña triste en realidad era mi abuela.
X
Antes de cumplir los nueve años tuve los oficios más variados y peligrosos del mundo. Hubo mañanas en que fui jinete en la lejanía del oeste, pirata perseguido por la furia del mar con feroz espada de afilada madera y un sombrero de periódico.
Y antes del mediodía había conquistado medio universo conocido. También fui pistolero de dorados y brillantes revólveres que colgaban de mis fundas por debajo de mis pantaloncillos cortos.
Y pese a ser valiente y osado, de ser sagaz y aventurero tenía que estar en casa a la hora de comer o arriesgarme a enfrentar al pistolero más peligroso del mundo: a mi madre, que no tenía sendas pistolas, que no llevaba fundas a la altura de la cintura pero sabía que con abrazarme preso era de sus besos, rehén de sus cariños.
Mi madre es mi brújula y mi chamán mi sanadora de dolores, mi fuente de ternura y casi nunca me besó más que con la mirada. Pero se mantuvo dos meses al pie de mi cama cuando la fiebre no cedía rezando el rezo de las madres, único rezo enseñado por Dios. Y me hacía pasteles de chocolate y se quedaba con los mendrugos para que yo nunca pasara hambres; hay en las madres del mundo secretos desde antiguo que les dice como ser madres, que les indica como ser Dios…
XII
Mi madre renunció a ser mujer antes de los veinte años, abandonó su cintura estrecha, a su única muñeca de trapo para darme lo que ella no tuvo.
Aguantó los golpes de mi padre, el rechazo de mi abuela, la francesa para ofrecerme lo único que era suyo, su vida plena, sus lágrimas que lavaron mis lágrimas, sus abrazos que aún los llevo aquí dentro y sus hermosos ojos que ya no me han vuelto a mirarpero que miro cada noche y me protegen de mis miedos y me arropan y me cuidan.
Mi madre era una mujer triste que ocultó su tristeza y como todas las mujeres del mundo fue crucificada y como todas las mujeres del mundo ofreció la otra mejilla y como todas las mujeres del mundo vive eternamente. Antes de ser mujer era mi madre. Es mi madre. Y junto con mi abuela me salvaron del mundo. Y me convirtieron en lo que soy para bien o para mal. Mi madre no ha de morir mientras yo viva. (jesusmarin73@hotmail.com)