jueves, 11 de diciembre de 2008

Aún nos queda París

La tragedia de uno es la comedia de otro.
“En vista que no yo capaz de matarme declaro estar muerto”. Una frase que leí hace años en una pared enfrente del Malecón, en la Habana, y que tenía guardaba en la memoria, oculta entre esos cachivaches que uno va acumulando a lo largo de un vivir de vagabundo, de un eterno pata de perro. Y que hoy, en esta fría noche de diciembre, no sé porque razón salió a relucir como viejo madero que emerge de las profundidades del mar.
Mentira, sí se porque volvió a mí, ahora provista de una feroz contundencia y una sabiduría iluminadora. Porque ahora que de verdad te has ido, comprendo su terrible significado, comprendo que ha dejado de ser una bella imagen poética para convertirse en una verdad lapidatoria.
Ahora sé que he muerto y sigo vivo. Ese último domingo que pasamos juntos, cuando tú me dijiste que lo nuestro había terminado, así como empezó, de golpe y sin explicación, que ya no te buscará y que por favor, no volviera a llamarte a la medianoche por el celular y mucho menos mandarte mensajitos, me vi cayendo en una profunda tristeza, cuya magnitud apenas hoy intento asimilar para comprender cual angustiosa y vacía será mi vida sin tu voz diciéndome mi niño, sin tu inocente desnudez entregada a la orfandad de mi vida. Y no habrá mujer que pueda besar como te besaba a ti. No habrá mujer que corresponda a la furia de mis mordidas con la ternura de sus abrazos como lo hacías tú. Ya no habrá la dulce esperanza de vernos cada tiempo para calmar en tu vientre el dolor de mi desolación, tu vientre de mujer ya no mitigara el dolor de haber nacido hombre. No tendré tu sonrisa ni asombro de niña, maravillándose por la sabiduría de mi lengua. Ya no habré de estar desesperado, en el filo de la angustia de no que vendrás, mientras llegabas con media hora de retraso, sonriéndome despreocupada e inocente, con esa inocencia que alguna te dije que te iba destruir si no aprendías algo de malicia. Y frente a mis mohines de niño berrinchudo, de hombre que no ha dejado de tener siete años, me desarmabas y desalmabas con la sencilla pero contundente táctica de besarme tiernamente, con esa boca maravillosa, con esos labios que me hicieron conocer la verdadera esencia de Dios, mientras mis manos recorrían ansiosas el agua fresca de tu espalda y se perdían en lugares que se convertían en gorriones al toque de mis dedos.
Ahora quién habrá de refugiarse en mi pecho y escuchar los cuentos que inventaba para ti. Juntos y desnudos, acurrucados y terriblemente puros, lejos de la maldad y del infierno cotidiano. Y nuestras comidas en la cama, cuando ajenos del mundo, inventábamos nuestro inexpugnable refugio, lejos de cíclopes y sirenas. Solos tú y yo, mi dulce niña. Has elegido entre el amor y la conveniencia. Y yo he perdido más que una mujer, más que una niña de veintitrés años, he perdido el deseo de vivir, me he convertido en un hombre demasiado viejo para volver a intentarlo. He perdido a la única mujer porque la que moriría con los ojos cerrados.
Lo que en uno es drama en otro es melodrama. Ríe payaso canta el tenor mientras va muriendo. No hay lágrimas más amargas que las que no se lloran. Cada cual sabe el tamaño de la cruz que carga. Lo que en otros es dolor desgarrado en los demás es ridícula cursilería. Qué nos importa el dolor ajeno. Qué nos importa saber que alguien esta muriendo de amor. A nosotros solamente nos importa el dolor y la desesperación propia. A nosotros solamente nos importa el gemir y arrastrar de cadenas propias. El mundo puede irse al carajo mientras lamemos nuestras heridas y desgarramos el corazón.
Y tenlo por seguro, no voy a buscarte. Ni hare drama excesivo, sólo el necesario para espantar los buitres. Seguiré de pie, seguiré haciendo las cosas de todos los días. He borrado de mi computadora la infinidad de fotografías que te he tomado, las que no se cómo borrar ni destruir son las que se me han escondido en el fondo del corazón y rebeldes se niegan acatar las ordenes de autodestrucción, quizá porque guardan la ínfima esperanza, como yo, para qué negarlo, de que tú vas a volver, de que tú vas a comprender que el amor solamente lo tienes conmigo, patética forma de ser hombre. He desterrado de la memoria tus gestos, tus gemidos cuando te hacía el amor y mi lengua se perdía en las húmedas hendiduras de tus despeñaderos.
Vete en paz, cásate con el que ha sido tu novio mientras tú y yo nos creíamos los únicos amantes del mundo, al menos en mi ingenuidad así lo creía, los únicos poseedores de los secretos del amor. Ya ves que al final nada fue cierto. Tú te has deshecho de mí, con una facilidad asombrosa, mujer tenías que ser. Y has dejado en el olvido las promesas, los besos, las cartas, el sudor de tu cuerpo bajo mi cuerpo. Vete en paz Sara, en el amor no se ruega, sólo se ama. Y tú no me amas, si lo hicieras no me abandonarías de esta manera. Vete en paz, cásate como dijiste que lo vas hacer, vive la vida que sueñas, lejos de mí, lejos de nuestro amor, que yo sabré encuentrar la manera de morir dignamente. Y la única manera de demostrarte que yo sí te amo es dejándote ir. Dejándote ser feliz con otro. Buena suerte, amor.