viernes, 22 de julio de 2011

Al final de la verdad, al final de la luz, al final del amor: ¿estás ahí?

Al final de la verdad, al final de la luz, al final del amor: ¿estás ahí?
Jesús Marín

Pánico – déjame buscarte. Mantente cerrado – tan cerrado. Obtengo mi fuerza a través de ti
Desaparece – todo este interminable dolor. Vuelve a mí. Vamos a regresar el tiempo. El pasado me llama – Te anhelo. Aún te amo – aún con todo lo que hiciste. Oh – no puedo ser consciente. De todas las cosas que haces. Déjame agarrarme de ti. Así como tú estás en mis recuerdos. Vuelve a mí
*Un Rezo para tu Corazón, de Lacrimosa*

Desde que tú no estás, el invierno ha llegado a infestarlo todo. Encuentro miles de hormigas muertas bajo las cobijas. No sabes la infinidad de veces que he tenido que mutar de piel, olvidar viejas heridas por nuevas que resurgen a la menor provocación. Ha crecido un impenetrable bosque de ortigas que van enredándose entre las comisuras de mis sombras. Y el desierto crece incontenible, arrasando olvidos y esperanzas, apenas si queda un pedazo de tierra fértil para imaginarte. Un isla donde soy único habitante, único guardián de tu altar. De tus ojos y la fragilidad de tu cintura.
Es un silencio oceánico el que me rodea, hiriente, autoritario, que no acepta explicación ni penitente. Las tardes se diluyen mirando desde la pequeñez de la nostalgia, diminuta ventana que enrarece lo que toca, lo convierte en inútil polvo de diamante. Y un lejano cello no deja de sonar dentro de mi cerebro. Es como si fuera un drama olvidado, fuera de tiempo y distancia. Sin dioses ni sangre derramada.
Recuerdo cosas que no son mías; nos pertenecen de cuando éramos uno solo ser, ángel y demonio, perdido entre las montañas de la ignorancia, con el sabor de nuestra sangre y el único olor de un sexo encendido. Desde entonces es la soledad mi destierro y el desamparo mi protector. Vuelve mi pequeña niña, mi ángel derrotado. Sangre de mi corazón, corazón de mi sangre. Vuelve con la tristeza como lágrimas, con tus pequeños senos ofreciéndome el cáliz de sus pezones, con tu herida bajo el vientre, abierta y luminosa. Arrópame con la tibieza de tus muslos. Hazme olvidar este páramo y esta pesadilla con la suavidad de tus labios, los secretos y los prohibidos. Los que solo yo he besado. Hazme renacer, devuélveme la inocencia con la savia de tu vientre.
Sabes, cada vez que duermo, sueño siempre lo mismo: tú y yo, caminando, tomados de la mano en un mundo devastado, en una ciudad destruida, transitando, trashumantes, bajo infinidad de puentes, una maraña de hilos que se interconectan, unos con otros , hasta perderse en inmensas telarañas -solo se escucha la música de ese cello que no acierto a descubrir de donde proviene- no hay palabra entre nosotros, no las necesitamos, nos basta el lenguaje de los ojos, el verbo convertido en sangre y olor; la fonética de nuestra piel. Y ante nosotros se abre una llanura, es una especie de mar muerto, miles de cadáveres de extraños seres, míticos engendros, algunos son de épocas remotas, imaginables a nuestra era, se pudren, se hacen polvo, se acumulan, cuentan sus historias, nos hablan de sus mitos, bajo el maternal cobijo de la luz de dos lunas, ¿te acuerdas niña, que había dos lunas cuando tú y yo nos descubrimos en un solo cuerpo, en una única alma? Hay infinidad de esqueletos, y por el tamaño creo que algunos son de ballenas, quiero creer eso. Quizá sean una metáfora esas terribles ruinas de lo hoy somos, ¿Ha visto algo más triste que el cadáver de un ángel pudriendo, lo único hermoso que le sobrevive son sus intangibles alas, su plumaje no pierde su brillo, su limpísima blancura sigue deslumbrando ante el embate de la muerte y el olvido? Creo que así es nuestro amor, mi pequeña y frágil niña. Hemos resistido tu muerte, mi crucifixión, las guerras, el desamparo, y seguimos juntos, inseparables. Lo cierto es nadie puede destruirnos cuando el destino ha sido escrito con sangre y desolación. Nuestro amor es más grande que la muerte, y esta más allá de Dios y la eternidad.
Aun cada noche, escucho tu llamado, tu voz me llega desde distancias inconmensurables, pero me sigues llamando, seguimos estando en sagrada comunión, no desesperes amor mío, estaremos juntos, como uno solo, como al principio de los tiempos, el-que-abre-camino pronto llegara, y con él, la libertad, y volveremos a surcar los cielos con la oscuridad de nuestro vuelo, con la mirada de sangre como toda herencia. Y la noche será nuestro único alimento.
Miro los restos del naufragio. Esa imagen tuya, grabada en mi piel, tatuada en mi corazón, marcada a sangre y fuego en mi alma, luces inocente y frágil. Ahora no me conozco, no sé quién soy, no tengo nombre, el mío, el original, el antiguo, te lo has llevado tú, entre tu sangre, entre tus venas abiertas. Ahora estoy enterrado en ese cementerio donde reposa lo que fuiste. Porque lo que eres está aquí conmigo, en mi ser, en mi sangre, en mis huesos.
Me acompaña en este peregrinar, en este destierro, buscándote, y volveré a ser carne, volveré a ser palabra, volveré a ser sangre, cuando nos volvamos a encontrar y repitas mi nombre con la bendita boca tuya que me da Dios, con tus labios que me convierten en infierno, en ciega furia, en blanca espuma de mar, en serena noche. Eres muerte y sangre. Eres oscuridad y sed. Aquí te sigo esperando como hace centurias. Lo que une la oscuridad, ni el hombre ni los Dioses podrá separar… Te amo, niña…

No hay comentarios: