lunes, 12 de julio de 2010

La noche con Zabaleta pudo ser perfecta y casi lo fue
Jesús Marín

¿No vino el Gobernador a verme? Como yo no soy Di Blazzio…
La Zabaleta a mitad del concierto

La noche del viernes pudo haber sido muy hermosa. Pudo haber sido inolvidable. Teníamos un cielo a medio nublado. El centro histórico con sus fachadas de cartón nos vendía la ilusión que aún somos una ciudad tranquila y colonial. Se percibía la humedad en el ambiente, latente y a punto de derrumbarse sobre nosotros. El Teatro Ricardo Castro se desbordaba de gente en sus butacas, que impacientes esperaban el jolgorio. Y la típica impuntualidad alacranera seguían afluyendo, llegando apurados, buscando un lugarcito donde acomodarlas, hasta que los lugares de abajo, los mejores, se llenaron y mandaron a la manada, perdón al respetable, hacia la parte de arriba.
El escenario lucía impecablemente musical, a media luz, iluminado con velas, creando la sensación de que algo muy interesante estaba por ocurrir. Un piano calladamente nos observaba, una batería apenas si nos guiñaba un ojo, algunos otros instrumentos descansando, de momento, silenciosos y expectantes a que la Diva hiciera su arribo.
Susana Zabaleta, la Susana sensual, la Zabaleta atrevida, sin pelos en lengua, norteña a más no poder, ofrecería con esa hermosa voz y ese temperamento que enciende pasiones, un concierto, “las mujeres de mi General”.
Lo primero que uno se imaginaba era que La Zabaleta iba a entonar con su hermosa y educada voz de soprano, canciones de la revolución.
Los minutos transcurrían, lentos, interminablemente largos, y la Diva de Coahuila no aparecía, diez, quince minutos, se estaba dando a desear, como es su costumbre, como lo debe hacer una mujer que sabe lo que vale y lo que tiene. Aplausos del respetable a manera de presión, de escape a sus ansias de escucharla. Uno que otro silbido. La voz surgiendo de la nada, pidiendo que apagaran celulares y callaran escuincles chillones en caso de que los hubiera y esta es tercera llamada…
Primero aparecieron los músicos, cada uno a su sitio, a su oficio y destreza. Luego se escucha por el etéreo espacio del teatro, del recinto, la voz de Susana. Y ahí empezó la tragedia, al menos para el público que ocupaba la parte de gayola, la parte de palcos, la parte de arriba, nos llegaba la voz de Susana a medias, se perdían palabras, se distorsiona de tal manera que a ratos era ininteligible, solo recibíamos oleadas de sensualidad, inventábamos lo que decía, abajo, el otro público, el afortunado que alcanzó luneta, ellos se sí escuchaban. Ellos sí disfrutaron totalmente de Susana.
Aparece Susana hermosa, Susana deseable, Susana encamable, Susana arrancando suspiros y despertando ardores. Susana impúdica, Susana inocente. Susana virgen, con ese cuerpo con el cual soñamos, por el cual suspiramos, enfundado en un elegante vestido, entallado en su cintura, en sus caderas, con la espalda generosa, desnuda, atisbos de lo que es su paraíso prohibido.
Y “el bésame mucho”, con ese cachondeo que solamente tiene la Susana nos erizó la piel, entre otras cosas erizantes y desbocadas ; el bésame mucho en la garganta de la Zabaleta nos hizo olvidar por un instante que afuera el mundo se derrumba, que afuera la gente pierde la cabeza, que tenemos un pendejo como Presidente de la república.
Y el aplauso resonando, retumbando en los más altos decibeles, desde la primera canción el público se le entregó a la Zabaleta, ciegamente y sin condiciones. Y debió ser un espectáculo genial, al menos para los que podían escucharla a placer y nítidamente, reírse con sus ocurrencias, con sus desplantes, con su malhablado, diciendo las verdades sobre el Gobernador, contar anécdotas del General, del centauro. De sus mujeres, con su muy particular estilo, con su lengua sincera y su bello pecho.
Y allá abajo, en luneta, el estallido de la carcajada, plena y libre, los chiflidos de admiración, los piropos encendidos. Y Ella, dueña del escenario. Y acá arriba, en donde no llegan los ángeles, decenas de duranguenses nos quedábamos a medias, con el mal regusto de apenas cazar una que otra frase ingeniosa, trozos de lo que hablaba la Susana, sobre los amores del General. Tuvimos que conformamos con la voz de Susana cuando cantaba. Tuvimos que hundirnos en el asiento, impotentes, Sólo tuvimos el consuelo de su voz, de sentimiento y su sensualidad. Sí, esa noche con la Susana Zabaleta pudo ser perfecta y casi lo fue.

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