miércoles, 20 de agosto de 2008

El miedo nuestro de cada día

En menos de seis meses, Durango se ha militarizado. Por sus calles a la par de la gente y el tránsito habitual, se ven camiones verde oliva, repletos de militares, algunos embozados, pero todos con el fusil presto, con el rostro de alerta. Se ven tanquetas con la metralla apuntando al cielo. Hay retenes en diferentes puntos de la ciudad. Se aseguran casas en las zonas residenciales ante el asombro de la gente. Ya es cosa común levantar la mirada al cielo, ante el ruido, ahora cotidiano de sus hélices. Y observar como los helicópteros vigilan a la ciudad.
La violencia estalló plena poderosa, incontenible, allá por el mes de mayo del 2008, esta vez ya de forma descarada, impúdica, imposible de tapar con el Sol o con las patéticas declaraciones de las autoridades; el macabro hallazgo de ocho cabezas en ocho hieleras del Oxxo dio la pauta de que esta vez , la violencia del narco y de los Carteles venía a quedarse en Durango, aunque desde hace mucho tiempo ya estaba arraizada, acechándonos, pero nunca se había manifestado con tanta crudeza, con el incremento de ejecuciones y levantamientos. Y si bien es cierto que Durango es un estado considerado como uno de los mayores productores de mariguana y que a veces ni el mismo ejército puede penetrar ciertas regiones de la sierra, la sangre y el traqueo de metrallas se había quedado allá, entre los pinos y entre gente que se dedica a eso.
Ya se había dado indicios de que el convenio callado de los carteles de cada cual respetar sus territorios hace mucho tiempo se había roto, el atentado sufrido por Carlos Herrera Araluce, cacique de caciques de la región lagunera por años, mandamás que quita a su antojo a presidentes municipales, vino a poner en jaque a la llamada política de progreso y tranquilidad que por más spot radiofónicos y televisivos repite constantemente el gobierno de Durango. Si, él con su poder, con sus guaruras no estaba a salvo ,entonces quién esta a salvo aquí en Durango.
Los rumores, en una tierra de rumores, empezaron a circular con más fuerza, que si el Chapo tenía un rancho en Santiago Papasquiaro, que si el Chapo venía de vez en cuando al centro de la ciudad a cerrar el restaurante de su antojo, nomás pa echarse un taco, claro esta invitando a todos los comensales ahí reunidos, sólo pidiéndoles que no se fueran mientras él estaba ahí, que si el Chapo se casó en una boda fastuosa en Canelas, rumores que alimentaban la imaginación del colectivo, rumores inofensivos.
Después vendrían las balaceras en pleno centro histórico, el ululuar de patrullas que no encontraban donde esconderse, las declaraciones apresuradas de la autoridad: “se trata de un problema entre ciudadanos, nada de que alarmarse. Se trata de un juego de chiquillos alocados”.
Y la sangre empezó a teñir la calle. A media hora de la ciudad, por la carretera México, cerquita de Nombre de Dios, doce camionetas del año, elegantes de muerte, con sus sicarios, con sus armas de grueso calibre, se enfrentaron por más de cuatro horas de traqueo, de fuego cruzado, de muerte y sangre, nadie fue capaz de ir a vez qué pasaba, a ver dónde era la fiesta de fuegos pirotécnicos.
Llegaron después del arguende, llegaron bien valientes ministeriales y judiciales, policías y polecías, nomás a ejercer su oficio de mirones, nomás a recoger los más de mil cartuchos percutidos que encontraron por todas partes, a limpiar los parabrisas de las camionetas abandonadas, que dizque uno ocho muertitos nomás hubo; el ejército acordonó la zona y nadie pudo dar razón.
El Secretario de gobierno convertido en pobre vocero del Gobernador: “quesque estamos investigando ,pero luego luego se ve que tienen mala puntería, nomás fueron ocho muertitos”.
De ahí en delante esto no ha cambiado, bueno sí, ha cambiado para empeorar, los ejecutados están a la hora del día, de la noche, no importa que el ejército patrulle las calles, ponga retenes, de vez en cuando, por no decir todos los días, uno se entera que en el Salto hubo tres acribillados, que en Lerdo acribillaron el centro de operaciones de la policía municipal, matando a tres policías. Y cientos de soldados han llegado a Durango, a quitarnos el miedo, pero el miedo no se va, el miedo sigue ahí, y uno nomás abre el periódico para enterarse de cuántos muertitos hubo esta vez. Y de nada sirve verlos relucientes en su uniforme verde, con sus armas y con sus rostros de paladines de la patria, la violencia sigue con el ejército o sin el ejército.


II

Qué son esos pájaros brillantes que surcan por el cielo. Y qué son los hombres vestidos de verde que patrullan la ciudad. Y esos hombres de negro, con el rostro cubierto, cuál será su destino. Por qué ya no se ven los niños jugando en las calles. ¿A dónde ha ido Dios?
En qué nos estamos convirtiendo, en que nos esta convirtiendo el miedo. Quién se ha robado las sonrisas de la gente. Y esos ruidos, ese crujir de vidrios y por qué el rojo liquido escurriéndose por las alcantarillas. A dónde se han ido todos.
Ayer vi un hombre, le faltaba el alma. Iba camino a la muerte, con la voluntad de Dios y la bendición de su madre. Iba descalzo y desnudo a enfrentarse a su destino. Llevaba como armas la buena voluntad. Y todos lo mirábamos y nadie hacía nada.
Luego supe que ya éramos otra ciudad. Y que los muros iban siendo cada vez más infranqueables. Desde hace un tiempo Durango ya no es Durango, ya no pertenece a sus habitantes, somos el campo de batalla de no sé qué oscuros poderes, no qué demonios que se disputan la supremacía del infierno. Y lo peor, nos estamos acostumbrando. Ya no asombra el número de muertos ni el número de ejecutados. Nos estamos acostumbrando a vivir así, acostumbrándonos a que de un momento a otro se desate una balacera y no volvamos a ver la luz. Nos estamos acostumbrando a morir de causas no naturales. Y la pregunta ya no es: ¿quién parará esto?, no, la pregunta ahora es: ¿ Y cuántos muertos hubo hoy?
Y los hombres de verde pasean su poder por las calles, verde es la esperanza y verde también es la muerte. Verde que te quiero, verde luna, verde mar.
Ahora ya no nos pertenecemos, pertenecemos a ese miedo agazapado en las calles, a ese miedo que sale de la boca negra de una ametralladora. Y los pájaros han dejado de cantar. Y los niños van a la escuela con el chaleco antibalas de la bendición de sus madres. Y los padres rezar por volver a ver a sus hijos. Uno ya no sabe si volverá al otro día. Uno ya no sabe si aparecerá su nombre en la lista de los caídos en cumplimiento de los Sicarios.
Ahora nos reímos de la muerte, hacemos chistes de las ejecuciones, bien dicen que cuando llorar no se puede, nos queda la risa, la risa loca carente de felicidad y alegría, la risa de la calaca tilica y flaca, por eso somos mexicanos, para reírnos de la muerte, es nuestra comadre no: “joven por favor me pone unos taquitos de cabeza y un chesco bien helado, ¿ se los pongo en plato o en hielera? se carcajea uno de pánico. Son risas amargas de lágrimas contenidas, son palabras graciosas ahogadas por la rabia de la frustración. Qué nos queda a nosotros, los que no tenemos camionetas antibalas, los que no tenemos sueldos de diputados ni hueso en el gobierno. Seguir en la manada, seguir ovejeando en la pasividad.
Afuera está la muerte. Los zetas que nada temen ni nada respetan y el pobre gobierno creyendo que con no trasmitir los mensajes en los ejecutados van a dejar de existir el miedo. Pobres de nosotros que nos tenemos que quedar aquí, que tenemos que vivir de milagro. Ahora hasta la esperanza nos están quitando. Ahora hasta dormir va costar trabajo con tanto ruido de metralla, con tanto ruido de camionetas ,tanto ruido en el cielo, tanta hélice hurgando por las calles, mirándonos desde arriba, buscando en las azoteas , en el alma de los hombres. Tanto ruido y nosotros tan sordos ya, nosotros tan vencidos. Que sea lo que dios quiera, pero sí, mijo, mejor quédese con los gabachos, no le hace que le pateen el culo, al menos allá puede comer tres veces al día y conservar la cabeza sobre los hombros, por acá la cosa esta bien canija.
III

A él le rindieron un homenaje póstumo. Estaba en un lustroso cajón de metal, con grandes coronas de flores y la gente toda seria, con los ojos resecos y tiesas las manos. Le lloraban sus hijos, sus parientes, nadie quería creer que fuera cierto, tenían la esperanza de que aquello fuera una pesadilla, que se despertarían de un momento a otro y lo verían a él, sonriendo con sus dientes manchados, de duranguense , llegar de la chamba, con su uniforme de policía, ese que él mismo tuvo que comprarse y que aún quedó a deber varios abonos a sus superiores.
Su mujer tenía el alma vacía, vestida de negro, su tristeza se veía aún mas profunda y en las manos apretaba un papelito, eso le dieron a cambio de la vida su marido, unas letras doradas en un triste sobre lacrado, lleno de sellos y con una firma grandota del mandamás.
Sus compañeros le hacía la guardia de honor. Ahí, uno en cada esquina del féretro, perfectamente silenciosos, perfectamente disciplinados, pensando que cuánto tiempo pasaría para ser ellos los homenajeados. Todos ellos vestidos con sus pobres uniformes, con sus pistolas de fantasía, Ellos orgullosos de servir, incapaces de responder el porqué de sus muertes inútiles, pero ahí están, a la intemperie, siendo cazados uno a uno, bajo el estallido de granadas, bajo el traqueteo de armas de alto poder. Ellos que ganan un mísero salario. Ellos que soporta el abuso de sus superiores.
Un señor muy elegante, secretario de no sé quién. De traje y corbata, perfectamente bien rasurado, con los calcetines iguales y oliendo a una cara y exótica fragancia, empezó a lanzar palabras y palabras, a ladrar toda una sarta de términos heroicos, a apelar al sentimentalismo de cada uno de los presentes, les habló de la Ilíada y de Prometeo, de cómo los antiguos héroes no necesitaban de moderno armamento, de como eran tan buenos con la resortera y el arco y que deben defender la ley a pedrada limpia. Les dijo que se irán al cielo por ingenuos, que no los van a olvidar, que tendrá su lapidita en el cementerio, y un raquítico cheque a sus deudos, pero que es todo lo que pueden hacer por ellos. Les pidió que se dejen seguir matando en nombre del estado de Derecho.
Al final cantaron juntos el himno nacional todos patriotas, todos buenos duranguenses. Y aunque las palabras pronunciada ese día fueron todas ellas, llenas de florituras y excelsitud tenía el peso de los clavos. Tenían el ácido corrosivo de la chacota y la burla. En oídos de los presentes sonaban a burla descarada e impúdica. Mejor nos hubieran dado mejor equipo. Mejor nos hubieran dado chalecos antibalas. Mejor nos hubieran ayudado a no morir. De nada nos sirven las medallas. De nada nos sirven las promesas. Para qué este circo de homenaje y este aullar de patrullas. Mejor nos hubieran dado seguridad. Mejor nos hubieran dado mejor armamento.


IV

Nunca se había visto el cielo azul de Durango surcado por tantos helicópteros a un mismo tiempo. Ojos desde las alturas hurgando entre las calles, observando el miedo de la gente, tratando de descubrir por dónde se nos fue la paz, por dónde se fueron los sicarios, buscando atrapar a esa muerte, ahora tan cotidiana, ahora tan brutalmente común. Ese cielo que ha dejado de ser tan nítidamente azul para empezar a teñirse de rojo sangre, intenso rojo que da miedo, que nos hace pensar que aquí ya todo valió un carajo.
Esta vez no se trataba del Señor Gobernador que en helicóptero se trasladaba a una comunidad indígena a entregar despensas y darse baños de huichol o tepehuano que tanto parece gustarle, enfundado en un ridículo atuendo que en vez de acércalo a los indígenas lo alejan más y más, al evidenciar que él no pertenece a esa comunidad por más bailes y gestos que haga.
Tampoco en esos brillantes aparatos iban empresarios japoneses buscando desde el aire un terreno donde construir más maquiladoras, para dar trabajo a miles de desempleados duranguenses que dice la administración actual que no existen, a cambio de un sueldo de explotación descarada.
Esta vez esos helicópteros no formaban parte de alguna caravana turística para promover nuestras bellezas naturales, a menos que ya sea ya natural perder la cabeza o ser acribillado por no sé cuantos miles de disparos. “Señores pasajeros desde aquí podemos admirar las hieleras en la carretera… Y a su derecha tenemos la Catedral, construida en 17…
No y no, en esos helicópteros mucho menos iban huyendo lo que queda de las policías ministeriales, aunque ganas no les han faltan. Ellos tan fuertes, tan goliaths, tan erresquinces; nosotros, tan mínimamente Davides, tan resorteras, tan míseramente pagados, tan criminalmente asesinados. Y El declarando: “aquí nomas se mueren los malotes, todo está en paz, quesque es el efecto cucaracha, nomás que las cucarachas somos nosotros que nos están pisando a placer; hemos entregado un resto de patrullas, ay nomas les pedimos que mueran por la patria sin hacer tanto aspaviento, luego ya veremos que hacemos con sus huérfanos y sus viudas. Ah, y la Feria va a ser un éxito”.
Esta vez la realidad superó a la ficción. Los ejecutados y el miedo es real, no de película, nadie vendrá a decir ¡corteeen! y a parar las cámaras: los cartuchos aún están calientes, acabaditos de salir de la boca de la muerte, buscando un odio que acallar, una venganza que tomar, un miedo que acrecentar.
Sí, la lucha es entre ellos, los del cartel, los narcos, los asesinos, los zzetas o los xxs, pero en medio estamos nosotros, los que nomas queremos vivir en paz y ser felices, pese al salario mínimo, pese a los políticos que siguen viviendo en su particular país donde nomás por decir pendejadas ganar millonadas de sueldos sin mencionar sus negocitos particulares.
Nosotros, los otros mexicanos que sí queremos vivir en paz, pese a quien le pese, felices para tener unos morritos y una mujer en quien refugiarnos; pero ya ven luego como es de ingrata la vida, y uno se opone al paso de una bala perdida y uno esta donde no debe estar y luego llegan ellos, los del ejército, los de la ministerial, y mundo acábate y mundo desmorónate, aquí todos son culpables hasta que se demuestre lo contrario, y el rompedero de puertas y jetas, y ¿cuáles pinches derechos humanos tienen ustedes? luego averiguamos si son inocentes, luego conseguimos las ordenes por lo pronto mis huevos mandan, o peor, llegan los otros, que es peor, los de las camionetas blindadas, los de armas relucientes, los que no tienen piedad y ahí se acaba el jolgorio, y ahí se acaba nuestra vida, ni tiempo de decir pío. Padre recíbeme en tu seno, en ti encomiendo el espíritu. Dinero maldito que todo compra y ya muerto pos que me toquen las golondrinas y ya muerto que me lleven enterrar entre cuatro zopilotes y un ratón de sacristán.
Eso sí, igualito que en las películas, la policía llega media hora después la balacera, del chirriar de llantas, nomás para mirar la polvorera a lo lejos, nomás para asustar mirones. Nomas a levantar el censo, a contar el número de balas percutidas, a recoger casquillos vacíos pa ver si se los cambian por uno lleno. A fotografiar los cadáveres ya sin sonrisa, ni cara donde registrarla. A recoger las hieleras, ¿Pos a qué horas se acabaron las chelas? y las hieleras sin frías, en vez de hielo, sangre resaca, fríos despojos de lo que alguna vez fuera un hombre. ¿Y dicen que eran modelos recientes?, ¿de esas grandotas y de vidrios polarizados? ¿ Y todas con cuatro llantas? mira que tipos tan listos. Mientras las camionetas abandonadas, mudas y ciegas, se niegan a declarar.
Luego el ridículo, el aceptado y el encubierto: ridículo número de muertos, ridículo armamento contra lo más mortífero del mundo. Ridículo e impotencia. Con la única cantaleta que parecen saberse: “estamos investigando y seguiremos investigando hasta el fin de los tiempos y cualquier otra declaración no debe ser tomada en cuenta, repito se esta muriendo gente que antes no se moría. Repito se esta muriendo gente que antes no se moría, eso es lo que tenemos más claro. Y que las balas matan. “como me hiere esa fecha a Don lamberto…”
Y la tierra del cine, Durango, dejó las películas para dar paso a una violencia real y contundente. Esos helicópteros son del ejército, que desde el aire buscan a los responsables de este ambiente de terror y ejecuciones que estamos viviendo. Ahora es imposible salir a declara que aquí no pasa nada. Ahí están los muertos, ahí están las cabezas, mudas y con los ojos muy abiertos.
Ahí están los soldados que han sacado de los cuarteles, que bajado de la sierra, han dejado de ser soldados para convertirse en policías, en policías que no tiene miedo de anda, ni de morir: mexicanos al grito de guerra y un soldado en cada hijo te dio.
Miedo de la gente tirada en el piso de sus casas ante el horror del crujir de vidrios rotos, de balazos en las paredes, de lágrimas de miedo. De aullar de sirenas y el traqueteo de armas, de la sangre que va escurriéndose por las alcantarillas que antes, no hace mucho sólo recibía el agua de lluvia. Ahora el bautizo de sangre se da en cualquier iglesia y en cualquier parte de la ciudad. Ahora ni rezar es suficiente.
Y sí, son de verdad esos camiones de soldados , perfectamente armados y listos para entrar en combate que ha empezado a vigilar nuestras calles, pero esta vez no es una guerra convencional; es una guerra que se tiene que ganar a como de lugar, pese a mandatarios estúpidos, a funcionarios corruptos a mandos ineficientes, a falta de equipo y logística.
Una guerra donde va en riesgo nuestra seguridad nacional y el futuro de nosotros, los mexicanos, los que a diario tenemos que vivir y sobrevivir en este país, los que no nos queremos ir a sufrir discriminaciones; nosotros queremos quedarnos aquí, por es donde nacimos, porque es donde están nuestros antepasados, donde enterramos a nuestros muertos. Nosotros queremos vivir en Durango aunque muramos por no sé que guerra, por no sé que incapacidades. “Durango, Durango mi tierra querida, callada y tranquila ciudad colonial”…
Una guerra que estamos perdiendo en las calles, en nuestros hogares, cuando en esa guerra los primeros en caer son nuestros jóvenes, víctimas de las drogas, cuando en esa guerra ya nos da miedo salir a la calle, a seguir luchando por un lugar en este mundo. Ellos nos están quitando la vida. Y lo terrible, nos están quitando la esperanza.
Esta vez la gente al mirar hacia el azul de cielo y ver a estos pájaros dorados, no exclamó la admiración de siempre, no, esta vez fue un suspiro de alivio, un ojalá que ellos sí puedan protegernos.
Y sí, no era la nueva película de Rambo, ni la tercera guerra mundial, esto es real. Ya no se tratan de escenas que vemos en la televisión de una guerra distante en Irak o de las ejecuciones que ocurren en la lejana Tijuana. Esto esta ocurriendo aquí, hoy y ahora. Y Dios nos agarre confesados. Y aquí nos toco vivir. Y aquí nos tocara morir. De aquí no nos movemos. Durango es nuestro y de aquí no nos moveremos.


V

Y lo triste del caso, ya no es el clima de miedo y terror que parecen convertirse en lo cotidiano, ni las ejecuciones que se dan, ni la crueldad con que los carteles ajustan sus cuentas, no, lo triste son las declaraciones oficiales, más preocupados en taparle el ojo al macho que en hacer algo para medianamente recuperar la tranquilidad y la paz, simplemente se conforman con hacer un recuento de los daños, una estadística de los ejecutados y en el mejor de los casos lavarse las manos al declarar que este clima de violencia particular que vive Durango no es exclusivo sino que impera en todo el país, como diciéndonos , carajo, ya deben resignarse a vivir así, pos en otras partes del país están peor y no andan de quejumbrosos.
Ahora resulta que están más avocados en descubrir quien puso las mantas quejándose del clima de extorsión y de inseguridad que vivimos en Durango, que hacer algo para cumplir lo que se piden en esas mantas, y da miedo cuando vemos a la instancia oficial declarando que investigaran a estos malos duranguenses que contribuyen a que el ambiente de pánico cunda entre los duranguenses. El ambiente de terror ya esta mucho antes de las mantas. Y las mantas que pusieron no eran mentiras lo que en ellas se decía, quizá no fueron los empresarios ni los estudiantes, lo que exigían un seguridad, un fin a la extorsión, ahora resulta que son mas culpables que los mismos criminales por el hecho de expresar su inconformidad. Y en algo estamos de acuerdo, la autoridad debe investigar a fondo quién o quiénes fueron los autores de los mensajes de internet que se estuvieron recibiendo donde anunciaba la llegada de los zetas a Durango y que los días 5,6 y 7 amenazaban con una matanza de jovencitos en los antros y centro comerciales, miles de duranguense lo recibimos y muchos otros los pasamos en cadena, y el miedo fue real, y la preocupación de los padres al no dejar salir a sus hijos esos días fue real, aquí se debe actuar enérgicamente contra esta clase de avisos que ellos, sí contribuyen a crear el pánico. Se debe investigar el video que circula de celular en celular donde supuestamente se observa la ejecución de uno de los decapitado en los últimos días en Durango, aquel que fue encontrado con una cabeza de cerdo, video que obviamente fue bajado de internet y que de ser cierto, debe ser investigado hasta las ultimas consecuencias. Aunque y sabemos en México que significa “investigar hasta las últimas consecuencias”
VI

Dicen que aquí nunca pasa nada. Dicen que el progreso es bien notorio, que solamente los ciegos y los pendejos no lo ven. Dicen que se observan a políticos y gobernantes, orgullosos de inaugurar una obra cada quince minutos. De entregar bardas perimetrales y surtido de lápices de colores, a niños desnutridos pero de sonrisas manchadas de pobreza y flúor. Orgullosos de prodigar, entre fanfarrias, flashazos y lagrimitas de emoción, pavimentos que a la primer lluviecita se resquebrajan toditos. Y hasta se les ha visto ridículamente vestidos de huicholes y tepehuanos, en afán de demostrar que también son pueblo, entregando despensas a esos muertos de hambre que luego parecen olvidar por largos meses hasta que hay necesidad imperiosa de la fotito pagada en cualquier medio de prensa que se pueda comprar. Y todos sonrientes, y todos contentos.
Y nomas puras alabanzas aparecen en los periódicos y todos dicen que el señor Gobernador es como Dios, que bendito sea porque nunca hemos tenido gente retebuena como él , gente que sí gobierna para todos los duranguenses, aunque no todos los duranguenses tenga constructoras que agarren jugosos contratos, ni tenga viveros donde cultivar palmeras; aunque la mayoría gane un sueldo de miseria y no, los altos sueldos de los funcionarios de su gobierno, total, quién chingados les manda no ser amigos del gobernador.
Dicen que el señor Gobernador es el mejor en la historia de este estado y si no alcanzamos el avance que merecemos es porque somos un pueblo de huevones mantenidos, pero que la voluntad de grandeza esta ahí, en sus proyectos de gobierno; lo mismo decían del anterior y del anterior, para conocer la verdad, habrá que esperar que termine su Virreinato, para que entonces salgan los trapos sucios, para que entonces se descubran los desfalcos, para que entonces sí exista un periodismo, ardido y un tanto tardío, y no el periodismo lacayospublicaboletines pagado por su gobierno.
Dicen que aquí no se mueve una hoja de un árbol sin la voluntad del de Zambrano. Dicen que Durango es la región mas pacifica del mundo y quien diga lo contrario no quiere a su terruño y es mal duranguense, quesque ahí esta la Feria nacional como muestra, que fue un exitazo, pura gente feliz y contenta. Bien decían los emperadores de la antigua Roma: al pueblo. circo, maroma y pan y todos contentos, lo malo que el circo y maroma es cada año. Y el pan, el comestible, ya esta por las nubes, a dos pesos por bolillo. Y dos pesos ya es mucho dinero para quien gana apenas lo suficiente para no morirse de hambre.
Luego están los otros, los que insiste que no todo es Jauja. Están las ejecuciones que ya a casi se dan a diario y por lo tanto ya no son noticia. ¿A cuántos muertitos le gusta por día?, los que sean, al cabo esos no cuentan, no son cifra estadística, son de otro estado, pero tienen el mal gusto de venir a matarse aquí. Qué no ven que acabamos de inaugurar el paseo Durango, sí, el mismo que se inunda apenas cae un chubasco. Y luego están esos, los descuidados, los malcabeza, los que no saben ni donde la dejan, pero dicen que son unos cuantos los que se portan mal, los que siempre han sido un verdadero dolor de cabeza, por eso la pierden, por eso aparecen en hieleras, a ver si así les bajan un poco las ganas de vivir, las ganas de seguir respirando.
Luego dicen que los soldados son necesarios, tan necesarios para alejar un poco, pero sólo un poquito, el miedo, ese miedo que antes no conocíamos, que antes escuchábamos como algo distante y ajeno a nosotros, ese miedo ahora tan real como esta hambre de justicia, como esta sed de esperanza. Ese miedo que se esconde agazapado en las cuencas de los ojos de cada uno de nosotros. Miedo de amanecer un día encostalado, en una bolsa negra, con la cabeza quién sabe donde. Miedo de que alguna bala perdida se lleve nuestro miedo y nuestras ganas de seguir sobreviviendo. Miedo de que algunos encapuchados tengan la mala fe de invitarnos a un paseo del que ya no se vuelve. Ese miedo que ha matado a tanto policía indefenso: pero el que con lobos anda, aullar se enseña. Y que nadie puede detener las balas sólo con buena voluntad.
Y sí, la ciudad ahora es un estado de sitio permanente, por sus calles ya no se ven las picas de futbol, ni las ñoras que sacan sus sillas a la puerta de su casa para tomar el fresco de la tarde para ver caer el sol desde el azul de este cielo ensangrentado, a hora se ven los camiones de verde olivo, con sus caras de hombres sin rostro, con sus largas metralletas en sus dedos morenos, circulando despacito, como si con su sola presencia la muerte se espantara. Como si como sus verdes uniformes volviera la esperanza. Ahora la ciudad no nos pertenece. Pertenece al miedo nuestro de cada día.

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