sábado, 16 de agosto de 2008

Usted, la cruz de mis pesares

…Yo no nací pobre
Me gusta todo lo bueno…
Tú y las nubes. José Alfredo Jiménez

Niña Ana, déjeme despedirme de usted a mi modo, con mis maneras de hombre que nomás ha conocido de penurias y de sobarse el lomo. Que nomás a conocido de hartas noches con el mezcal pegado al hocico, escuchando el chillar de los grillos y las murmuraciones de la noche, y las que me han de faltar, ahora que usted ya agarró sus tiliches y se regresó a donde pertenece, de donde nunca debí sacarla, pos cuándo uno payo como yo podía aspirar a una señorita de su clase. ¿Pos cómo?, pero ya ve como es uno de necio cuando se le mete en la sangre una hembra tan chula como su merced.
La mera verdad que sí la entiendo y ni le guardo pizca de rencor, se lo juró ante el crucifijo que fue mi santa madrecita, aunque me duela retemucho en el corazón, pos tiene todita la razón, a qué hacerse el guaje, ya fueron muchos años aguantándome, creyendo en promesas que nunca le pude cumplir, ya sea porque cuando el maldito mezcal a uno lo agarra no lo suelta hasta que le truena el alma, ya por esta suerte de miseria con la que he nacido o por estas desganas que se le enraízan a uno desde escuincle y no lo sueltan hasta que verlo a uno todo amolado.
Promesas que dizque iba a dejar el pisto, pos cómo, si es la única manera de no pensar en esta pobreza, sólo con el alcohol quemándole a uno las extrañas pueden apaciguar el ansia y las ganas de morirse: nomás así se le olvida a uno que nació pa maceta y del corredor no pasara, como decía mi amá, que en el cielo Diosito la haya procurado, tan buena gente que fue mi madrecita, pero ya ve, también ella me dejó, se me murió de tristeza un día de febrero , se me quebró en el patio, entre sus macetas y flores. No me volvió a mirar con sus ojos de alondra, con sus ojos que curaban mis males nomás con mirarme. Desde entonces traigo esta heladera que me quema, esta sangre muerta que se me agolpa en la cabeza y no me deja pensar y no me deja ni chillar.
Sí, lo sé niña, también le prometí, en esas noches en que su cuerpo blanco como la luna se estrecha junto al mío y éramos tan felices, que siempre la iba procurar y a proteger, noches en que me perdía entre sus trenzas y sus regazos, y dejaba usted de ser la ama y yo el peón, pa ser netamente hombre y mujer. Alumbraba lo prieto de mi piel con sus manitas suavecitas, alumbraba la tristezas de mi ser con su pureza, provocando que por mi piel tiricienta y mezquina cantaran cenzontles; le prometía quesque me iba a componer ,a ser hombre de provecho, quesque me pondría a trabajar harto pa que nada le faltara a usted, que esta acostumbrada a la buena vida, a esa casona de su señor padre, allá en la hacienda de la Arrieta, donde una mañanita de domingo nos divisamos, ¿se acuerda?, iba usted con un vestido blanco como si la primavera del mundo fuera mesmemente suya, con unas enaguas que nomás de tronar levantaban chicos suspirotes entre la peonada, y detrasito suyo, su nana pancha, canija pancha, buenos centavos me saco nomás por llevarle recaditos y por decirme a qué horas iban al rosario.
Pero ya ve que no pude cumplirle y no fue por falta de voluntad, los que nacemos salados ni aunque nos embardunen de miel, ni a qué santo encomendarse. Y sí, Anna, la comprendo, usted tan hermosa, tan grandota , tan blanca como la Virgen del Guadiana, pos cómo se iba a quedar como un medio pelo como yo, con un tipo que no puede ofrecerle más allá del tejorucho que tengo tras lomita, y el petate donde pasamos buenas noches, eso sí pa qué negarlo, pero a su espalda de reina, pos como le iba a gustar apergollarse siempre en la tierra dura, y luego cómo iba usted a lastimar sus manitas en llevar el nixtamal al molino de su señor padre para que tempranito, apenas rayando el sol, me hiciera mis tortillitas recién salidas del comal, y le moviera a la olla de los frijoles, atizando el fogón con leña pa que humeara el cafecito con su piloncillo. Cómo iba a pensar que usted se acostumbrara a eso, muchos menos a irse con las muchachas al río, esas mismas que trabajaban de sirvientas cuando usted era la dueña de la casa grande, a lavar mi pobre ropa en las piedras del río y luego zurcir mis calzones de manta y mucho menos tejerme mis huaraches de cuero, no, pos estuvo hermoso que usted, niña Anna se haya fijado en mí, aunque sea un ratito, ahora que se va, pos me quedare en el jacal, con su olor de azucenas que dejó esparcido por esta que fue su pobre casa. Con el chal de colores que le merque en la feria de Nombre de Dios oliendo todito a usted y acariciando la peineta de nácar que era herencia de mis tatas, y que tan linda le lucía en su mata de cabellos dorados, güeros como el sol; nomás me quedara el suspirote y el trago de mezcal, el grito ahogado aquí dentro.
La veré alguna vez a lo lejos, caminado por la plaza del pueblo, del brazo de un hombre muy hombre, de esos de alcurnia y hartos centavos, que sepa darle las joyas y los gustos que yo no pude darle, porque ya vimos que de amor no se traga, que de amor no se cobija ni se quita la necesidad. Y bendita sea niña, Anna, que diosito la guarde rete hartos años aunque a mí me lleven los pingos. Y salud, bendito sea Dios y la Santísima Virgen del Guadiana. Vaya usted con Dios, niña.

2 comentarios:

Imagino dijo...

a veces las flores huelen al aroma de un viejo jardín, es ese al que realmente quisiermos olvidar, pero nadie nunca olvida el desierto que lo engendró

Imagino dijo...

Cómo crees que voy a dejar al príncipe, dónde hallo otro, están descontinuados je je Además, amo por sobre todas las cosas su carencia de paranoias


P.