sábado, 10 de mayo de 2008

Cuando Tequila no es suficiente

Jesús Marín


Ámame está tarde. Tarde de aguacero en que el cielo parece desplomarse. Lo sé, cada vez que nos vemos, pienso que será la última. Y deseo apagar el faro, soltar las amarras. Quedarnos en la isla de nuestros cuerpos. Y que ninguna realidad nos rescate.
Aquí, en nuestro cuarto, donde hemos construido nuestro refugio, empieza a percibirse cierto aroma a herrumbre. A llenarse de caparazones de tortuga, y a caer los pájaros, extrañamente intoxicados. La desolación sonríe, alegre de saberse la próxima aborrecible huésped. Las paredes, antes de un blanco neutro, han de tornarse de amarillo melancólico, tono ideal para la angustia y acentuar el melodrama a desarrollarse.
Luego uno no quiere parecer cursi: la lluvia cayendo a raudales, es agosto, las gotas golpeando furiosamente contra el cristal y para colmo, se me han ocurrido encender un par de inciensos, y en el estéreo, quedamente se escucha Sabina, con su calle melancolía. Nosotros ya no veremos otro aguacero. Este puede decirse, es nuestro diluvio.
Te has empezado a quitar la ropa y yo me siento a verte hacerlo, me encanta como te vas quitando la certidumbre y te conviertes en una incertidumbre que me sorprende y me arroja a los desfiladeros; poco a poco aparece tu cuerpo de muchacha, tu desnudez de veinte años. Me maravilla la inocencia de tu vientre y el estrellarse de las olas en tus pequeños senos. Nunca me canso de tan asombroso espectáculo, de cómo dejas de ser una joven estudiante, y te conviertes en blanquísima sirena, en virgen ante la cual me arrodillo para besarte los pies. Y agradecer por tener una vez más el milagro de tu piel. Y mira, tú en dos años nunca me ha dicho ni media palabra que pueda tomarse como un te amo. A veces es mejor hablarse en la cama que con palabras, me dices a modo de respuesta.
Te ha de resultar aburrido que a mis años no deje de repetirte que te amo, mira que casi podría tener edad para ser tu padre, pero es inevitable ser cursi a medida de que envejeces, bueno si ser cursi es sentir dolor ante la perdida inminente, ante el conocimiento que será esta la última tarde en que me aprisionen tus muslos y muerda tu cuello, entonces, lo soy. ¿ Tú también sientes el frío, verdad?, quizá no, ustedes las mujeres son más fuertes, o saben disimular mejor. Y a los veinte años se es invulnerable. Tratas de consolarme con besos en mi cara, con tus manos acariciándome el pecho, dices que no es cierto, que son imaginaciones mías, pero al decírmelo veo como no sostienes la mirada y miras a otra parte. Además están las mariposas negras clavadas en las paredes a manera de cristos , ¿qué otra prueba quieres?
Tu desnudez en la penumbra, mis manos ya en decadencia renovándose cada vez que recorren tu cuerpo. Tus grandes ojos, ahora más tristes que de costumbre, me miran tratando de hacerme comprender que ya no podremos vernos y yo quisiera decirte que mejor me mates, que me mejor te vayas y me dejes solo, solo, como me encontraste.
La botella de tequila casi vacía, dos velas consumiéndose. Ahora parecemos tan ridículos, tan horriblemente grotescos. ¿Qué hace una muchacha como tú?, conmigo, siempre me lo he preguntado, con miedo a la respuestas. Pero esta tarde de agosto, sé mi amiga, suena raro llamarte amiga y pensar en ti como algo pasado. Sí, sí, no te preocupes, estaré bien. Claro, no te vuelvo a llamar a medianoche, ni mandarte mensajes por el celular, luego ya ves que te meto en broncas con tu novio. Sí, sí , no te preocupes, siempre lo supe, lo nuestro no tenía futuro: Nunca lo tuvo. Nunca fui de tus prioridades. Sí, esperaré a que me llames tú, a que me necesites. Ven, acércate, acurrúcate en mi pecho, refúgiate en mí; escuchemos juntos como el silencio va transfigurando lo que antes era sonar de pájaros y despertar de grillos. Con que facilidad uno se convierte en cadáver, se convierte en memoria que nadie desea recordar. Quizá, cuando por la calle nos topemos, seremos otros, con otra cara, con otra vida.
Lo sé, no quieres que te acompañe a tomar el taxi, cierto, la ciudad es tan pequeña y alguien puede vernos. Luego cómo explicar que te miren acompañada de mí. Vete sin despedirte, no me des la gracia por todo. Ni por nada. No hagas de esta despedida algo tan civilizado, simplemente vete. Y déjame que yo encuentre la forma de no pedirte que te quedes. De no pedirte que no me abandones.
Así esto, no hay nada seguro. Hay que seguir, quizá alguna vez dejaremos de huir. Es tarde, ya vete, no finjas que te importó. Aún me queda dos tragos de tequila, y la noche es tan larga. Demasiado diría yo.

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