viernes, 9 de mayo de 2008

La multiplicidad de Dios

Jesús Marín


Hay algo de milagro cada vez que uno tiene desnuda a una mujer. Es un milagro contemplar su desnudez y abandono, su entrega e inocencia. El mundo cambia cuando una mujer se desnuda ante nosotros y dejamos de ser impuros, dejamos de ser maldecidos para convertirnos en hijos de Dios.

El aire se vuelve tenue, casi transparente, uno respira con el cuerpo, uno respira a través de los sentidos, nuestras manos se convierte en blancas alas que vibran en el espacio de esa piel, los ojos son el centro del mundo. Ella es el centro del mundo: sus senos alimento del desamparado. Su vientre refugio del perseguido. Y sus brazos, dulce prisión del que ha encontrado el camino, del que ha encontrado la luz. Y su cuerpo es el universo, sus ojos, ojos de Dios que todo lo ven y todo lo saben y no hay sabiduría más hermosa que el cuerpo de una mujer. Uno renace en la piel de esa mujer. Uno vuelve a vivir en su vientre, el círculo se completa y no necesita nada más. Uno esta en paz con el diablo y con Dios.

Existe en el cuerpo de una mujer algo del verbo de Dios que nos convierte en hombres libres, nos redime del pecado, nos convierte en inocentes de corazón. Hay en esa frágil entrega en que la mujer se poner a merced de nuestra mezquindad de hombres, cierta santidad solo encontrada en ellas que las convierte en altar, las convierte en templo, en la Biblia de cada día. Y en la oración de cada noche: cordero que quita el pecado de mundo, bendita seas.

Entonces uno entiende el propósito de estar vivo. Uno entiende el propósito de morir entre los muslos de un ángel. Bendito aquel que ha sido bendecido con la desnudez de una mujer. Salvo aquel que ha sido capaz de provocar en el corazón de una mujer la sed de la entrega, porque de él es el reino de Dios. Bendecidos aquellos que han nacido de un vientre y vuelven a sus orígenes y vuelven a su hogar, antigua casa, morada de Dios eterno

Es el vientre desnudo de una mujer el camino trazado por la mano de Dios. Y la verdad revelada nos es dicha y somos peces multiplicándonos en la arenas de su cuerpo y somos tormenta y mar, y somos luz y oscuridad, sólo aquel que ha llorado en el pecho de una mujer conoce el poder del perdón y la gloria de la redención. Bendito aquel que ha sido nombrado por los labios de una mujer, bendito aquel que ha probado de la humedad de una mujer porque nunca mas estará solo, porque nunca más las lagrimas tendrán poder contra él . Y el reino de los cielos es suyo porque ha probado de la vid más deliciosa y se ha sumergido en el mar de la vida y ha resucitado para el mundo y para Dios. Y es hombre entre los hombres y es ángel y es muerte y es como Dios. Sed como niños y multiplicados en el vientre de una mujer y crecer en el vientre de una mujer y sembrar el verbo de dios en el vientre de una mujer, verdad y luz.

Benditas seas mujer porque he sido ciego y tu cuerpo fue mi luz. Bendita seas mujer porque he sido muerto y tu voz fue resurrección. Bendita seas mujer porque estaba solo y pobre y tu cuerpo fue riqueza y tu alma, salvación. Bendita seas porque eres mi luz en la oscuridad de la noche y eres mi pan para esta boca sedienta de ternuras y eres mi vino para esta sed inagotable del destierro.

Hay en el cuerpo de una mujer, la desnudez del mundo y la sabiduría infinita del principio de los tiempos. Y es su sangre el cáliz que limpia el pecado y es su cuerpo la prolongación de la palabra divina y es su cuerpo, semilla de eternidad. Y es su cuerpo prolongación de nuestro cuerpo. Y es su alma, esencia de nuestra alma, sólo quien a muerto por una mujer ha encontrado la verdadera vida y nunca morirá.

Este el cuerpo de Dios convertido en mujer para luz del mundo y salvación de los hombres y su reinado no tendrá fin. Amén.

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