sábado, 10 de mayo de 2008

Lágrimas negras como Vida

Jesús Marín
“...y aunque tú, me has echado en el abandono y aunque tú has muerto mis ilusiones
en vez de maldecirte con justo encono, en mis sueños te colmo,
y en mis sueños te colmo de bendiciones
sufro la inmensa pena de tu extravío
siento un dolor profundo de tu partida y lloro sin que tú sepas
que el llanto mío tiene lagrimas negras , tiene lagrimas negras como mi vida... “


“Lágrimas negras”, pero cantada por el Cìgala, con el bebo al piano

Y me porté como lo que siempre he querido ser: un gitano legítimo. La vi marcharse aquella tarde agosto, sin derramar gota de sangre de mis venas ni gota de sal de mis ojos. Y aunque tenía la muerte apoderándose de mi ser, me porte como si la vida misma fuera a empezar con su adiós.
Sin demostrarle que mi hombría se quebraba ante su abandono. Ni como la tristeza iba ahogando mi voz. Cómo hacerle entender que su abandono era el desierto en mis miradas. Ella tenía la muerte en sus ojos. Ella ya no escuchaba más que el amargo canto de las despedidas.
La deje irse sin humillarme ni suplicar, sin ponerme de rodillas, dispuesto a entregarle la inocencia de mi cuello. La dejé irse con la gallardía de un hombre, pero con la honda tristeza de un niño. De un niño que no sintió más cariño que el de sus blancas manos. De un niño que encontró refugio a su tristeza de toda la vida, en la suavidad de su vientre, en los abismos de su cuerpo. En el cálido hogar de su pecho. Y de un hombre que lloró todas las lágrimas no lloradas en sus brazos de mujer. Dulce ternura que me salvó infinidad de veces, ahora a dónde iré a estrellar esta furia y esta rabia. Ahora cuál será mi dios y a quien rezaré por las noches.
La dejé irse entre la niebla de mis ojos y el clamor de los cuervos estrellándose en las ventanas. Entre el canto de las sirenas y el estallar de las olas en barrancos. La escuchaba decir no sé que palabras, a no sé que viento, su voz me llegaba de infinitos confines, como si yo estuviera ya sepulto, como si yo tuviera ya gusanos devorándome las extrañas; lejos del sol y la lluvia. Lejos de lo mundano y de la vida misma.
La dejé marcharse, sin decirle que me estaba partiendo el alma. Que ahora mi alma se iría a pronunciar su nombre en los cementerios y ante la soledad del desamparo. Qué difícil será vivir sin la esperanza triste de sus miradas, sin el milagro de su desnudez y sin la miel amarga de su vientre. Dejé que se marchara, mientras mi corazón estallaba en lo alto, y aquí muy dentro, más allá de mis huesos, la oscuridad lo iba llenado todo. Y más dentro aún, la vida se me estaba derrumbando.
Hombre como soy, no lloré, y gitano como no soy, ahí mismo no la maté. ¡Ay Virgen del Guadiana enséñame a vivir sin vida!, porque ella era la vida misma, ella era la sangre de mi cuerpo y el latido de mi corazón. Y hoy me han sido arrancados los ojos. Y hoy me han sido arrebatados, el mar y el canto de los gorriones.
Ella me desterrado sin piedad de su corazón. Mujer tenías que ser. Mujer para hacer llorar a un hombre, para hacer hincarse a un gitano. Y bendita seas aunque me dejes morir sin el consuelo de tu boca. Y bendita seas aunque me hayas maldecido con la tristeza negra que ahora es mi sangre. Tristeza negra que son mis ojos y mi tumba. Y las lágrimas acumulándose en los bordes de los precipicios, pero gitano que soy, no le di el gusto de verme llorar, ya habrá noches donde ni el alcohol me impida llorarte. Ya habrá noches en que loco de rabia gritaré tu nombre a la madre Luna, que me verá llorar sin vergüenzas, que me verá retorcerme ante la tumba de tu recuerdo.
Y ella, morena como un sol de otoño, hermosa con el viento de madrugada, con sus hombros nacarados que tantas veces mordí: hermosa como la misma Virgen del Guadiana, supo decirme adiós sin necesidad de pronunciar palabra. Supo darme muerte sin necesidad de emitir sentencia.
Ella que me dio la vida, ahora me la quita. Ella que fue mi hogar y mi Dios, ahora me deja abandonado y solo. Me deja con el sabor de su boca, labios que nunca volveré a besar.Y maldita sea la hora en que Dios me la puso en mi camino, si ese mismo Dios me la habría de quitar. Y bendita sea la hora en que Dios te puso en mi vida, Sara.
Esa tarde de agosto fue como ninguna otra, fue como morir mil veces, como sentir la puñalada de la desesperación partiendo el corazón, pero mis labios no emitieron queja y mis ojos no supieron de reproches. Mi corazón se inundó con tu nombre, tu dulce nombre que ya no he de pronunciar, porque para ti he muerto, Sara, como muerto he de ser para el mundo.
Benditas seas Sara, por darme vida estos dos años. Por darme muerte desde hoy, porque desde ahora muerto soy y muerto he de vivir y muerto he de morir. Y por las noches, ante la soledad un vaso de vino, hablaré de este maldito amor que te tengo y de esta ansiedad loca, de irte a buscar para pedirte que vuelvas a iluminar este páramo que ahora soy. Pedirte que vuelvas a ser mi Virgen del Guadiana. Pero gitano como soy, nunca lo haré. Vete en paz, mujer, a hacer sangrar a otros corazones. Vete en paz, dulce chiquilla de veinte años, gitana de mis ojos, duende de mi corazón. Y ahora muerte de mi alma. Vete en paz mujer. Vete de mí, Sara, que aquí. Aquí sólo cabemos los muertos. (jesusmarin73@hotmail.c

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