miércoles, 21 de mayo de 2008

Sin Defensa Alguna


Jesús Marín


Damas y caballeros del jurado. Señor Juez, público en general y mundo en particular: confieso que he leído. Me declaro culpable. Llevo casi toda mi vida haciéndolo. Y también debo confesar que lo disfruto intensamente. Me declaro culpable de todos los cargos. Lo hago desde que tengo uso de razón. He llegado a extremos en verdad vergonzosos para ello, criminales para algunos que jamás han caído en los tentáculos de esta enfermedad. He llegado al engaño y a la traición: hubo noches, oscuras noches en mi niñez, en que esperaba que todos en casa durmieran para leer a escondidas, para leer en paz y sin interrupciones de ninguna especie. Metía a escondidas un libro bajo las sábanas de mi cama y bajo la luz de una lámpara de pilas, devoraba páginas enteras en horas que otros niños dedicaban al descanso, desobedeciendo tácitamente a mis padres que no se cansaban de gritarme:¡ apaga esa luz y duérmete! Pero quién en su sano juicio podría conciliar el sueño, sabiendo que la vida de Sandokan estaba en peligro, nadie, creo yo. Y a veces, en vez de disfrutar mi niñez, jugando pelota con mis amigos en las calles, llenándome de sol y aire, prefería pasarme horas bajo la cama, aterrorizado por las atmósferas insanas y los personajes macabros de un tal Edgar Allan Poe; si en todo caso hay culpa en ello, que comparta parte de la misma este señor, cuyas historias fermentaron y fomentaron en gran medida mis primeras ansias por leer y seguir leyendo.
Pero si de buscar culpables se trata, la culpa de todo la tiene la abuela, y no era una de esas viejecitas de cabeza blanca y mirada dulce, no, mi abuela es culpable de donde he llegado en esta carrera como lector insaciable. Apenas abría su boca, a mi abuela, le brotaban miles y miles de historias de sus labios, cosa increíble en un Ser que apenas rebasaba el uno cincuenta de estatura; cada una más aterradora que la anterior, más de una vez preferí aguantarme las ganas de orinar a tener que perderme el final de una de sus narraciones, aunque siendo sincero debo confesar que mayor era mi miedo a mi urgencia urinaria. Prefería valientemente escuchar a mi abuela referir cada noche, los casos más espeluznantes de aparecidos y ánimas en pena. Era fascinante oírla contar de mujeres que al sonar las doce de la noche se sacaban los ojos y los enterraban en las cenizas para transformarse en pálidas lechugas que salían a embrujar a quien se encontraran, y volver antes del amanecer so pena de quedar ciegas para siempre.
Cinco años, fascinado, escuchando aquella viejecita, morena, encorvada, cinco años entre sus historias que sembraron en mi mente la inquietud para saber y conocer más. Sin sospechar hasta donde me llevaría esta terrible y hermosa adicción. Sin sospechar que algún día estaría frente a ustedes, Señores del Jurado, reconociendo mi falta, aceptando la culpa de haber leído no sé que número finito de libros y de conocer no sé que número infinito de historias y mundos, de muertes y vidas, de amores y soledades.
Debo acepta que no haber sido por los libros no habría sobrevivido a una infancia donde para asombro y horror de los niños actuales, no teníamos televisión con no sé cuantos canales por cable y mucho menos computadoras, lo más cercano al futuro inmediato, al que hoy vivimos, eran las maravillosa historias de Asimov y Ray Bradbury.
Sí, reconozco que a simple lectura pudiera interpretarse como egoísmo de la peor ralea pero no tuve otra opción, fui empujado a ello. Y si aprendí a leer fue para estar un poco más cercano de mi padre, en primera instancia, pero luego fui víctima de mi propia trampa y desde entonces, leer se ha convertido en un acto ya no de placer sino de supervivencia misma.
Yo ya no concibo el mundo, mi mundo, sin libros. Leer es parte integral de mi cuerpo, sangre que recorre mis neuronas y si bien nunca he sacado beneficio económico o altos honores, he podido comprender la diferencia entre ser un hombre feliz y satisfecho, a la de ser un hombre ciego del alma. Leer es el alimento del espíritu, cualquiera que sea su naturaleza moral. Leer no te hace más sabio, te hace más libre.
Y entonces bajo estas circunstancias debo decir con el mayor orgullo del mundo: confieso que he leído.
Y no me importa si me condenan Señores del Jurado, el daño está hecho y es permanente, y lo es peor, incurable.
Condénenme a seguir leyendo de por vida, hasta que mis ojos dejen de percibir luz y mi alma deje de latir.
Leer no te sirve de nada, excepto para no vivir solo. Excepto para hacer de ti un hombre, un solador, un guerrero, sirve para sobrevivir a este mundo, a esta realidad, sirve para reconstruir cada día el universo. Culpable soy y no me arrepiento.

1 comentario:

Unknown dijo...

ya será el momento de los arrepentiemintos, por ahorita salút!