miércoles, 21 de mayo de 2008

Sin Defensa Alguna


Jesús Marín


Damas y caballeros del jurado. Señor Juez, público en general y mundo en particular: confieso que he leído. Me declaro culpable. Llevo casi toda mi vida haciéndolo. Y también debo confesar que lo disfruto intensamente. Me declaro culpable de todos los cargos. Lo hago desde que tengo uso de razón. He llegado a extremos en verdad vergonzosos para ello, criminales para algunos que jamás han caído en los tentáculos de esta enfermedad. He llegado al engaño y a la traición: hubo noches, oscuras noches en mi niñez, en que esperaba que todos en casa durmieran para leer a escondidas, para leer en paz y sin interrupciones de ninguna especie. Metía a escondidas un libro bajo las sábanas de mi cama y bajo la luz de una lámpara de pilas, devoraba páginas enteras en horas que otros niños dedicaban al descanso, desobedeciendo tácitamente a mis padres que no se cansaban de gritarme:¡ apaga esa luz y duérmete! Pero quién en su sano juicio podría conciliar el sueño, sabiendo que la vida de Sandokan estaba en peligro, nadie, creo yo. Y a veces, en vez de disfrutar mi niñez, jugando pelota con mis amigos en las calles, llenándome de sol y aire, prefería pasarme horas bajo la cama, aterrorizado por las atmósferas insanas y los personajes macabros de un tal Edgar Allan Poe; si en todo caso hay culpa en ello, que comparta parte de la misma este señor, cuyas historias fermentaron y fomentaron en gran medida mis primeras ansias por leer y seguir leyendo.
Pero si de buscar culpables se trata, la culpa de todo la tiene la abuela, y no era una de esas viejecitas de cabeza blanca y mirada dulce, no, mi abuela es culpable de donde he llegado en esta carrera como lector insaciable. Apenas abría su boca, a mi abuela, le brotaban miles y miles de historias de sus labios, cosa increíble en un Ser que apenas rebasaba el uno cincuenta de estatura; cada una más aterradora que la anterior, más de una vez preferí aguantarme las ganas de orinar a tener que perderme el final de una de sus narraciones, aunque siendo sincero debo confesar que mayor era mi miedo a mi urgencia urinaria. Prefería valientemente escuchar a mi abuela referir cada noche, los casos más espeluznantes de aparecidos y ánimas en pena. Era fascinante oírla contar de mujeres que al sonar las doce de la noche se sacaban los ojos y los enterraban en las cenizas para transformarse en pálidas lechugas que salían a embrujar a quien se encontraran, y volver antes del amanecer so pena de quedar ciegas para siempre.
Cinco años, fascinado, escuchando aquella viejecita, morena, encorvada, cinco años entre sus historias que sembraron en mi mente la inquietud para saber y conocer más. Sin sospechar hasta donde me llevaría esta terrible y hermosa adicción. Sin sospechar que algún día estaría frente a ustedes, Señores del Jurado, reconociendo mi falta, aceptando la culpa de haber leído no sé que número finito de libros y de conocer no sé que número infinito de historias y mundos, de muertes y vidas, de amores y soledades.
Debo acepta que no haber sido por los libros no habría sobrevivido a una infancia donde para asombro y horror de los niños actuales, no teníamos televisión con no sé cuantos canales por cable y mucho menos computadoras, lo más cercano al futuro inmediato, al que hoy vivimos, eran las maravillosa historias de Asimov y Ray Bradbury.
Sí, reconozco que a simple lectura pudiera interpretarse como egoísmo de la peor ralea pero no tuve otra opción, fui empujado a ello. Y si aprendí a leer fue para estar un poco más cercano de mi padre, en primera instancia, pero luego fui víctima de mi propia trampa y desde entonces, leer se ha convertido en un acto ya no de placer sino de supervivencia misma.
Yo ya no concibo el mundo, mi mundo, sin libros. Leer es parte integral de mi cuerpo, sangre que recorre mis neuronas y si bien nunca he sacado beneficio económico o altos honores, he podido comprender la diferencia entre ser un hombre feliz y satisfecho, a la de ser un hombre ciego del alma. Leer es el alimento del espíritu, cualquiera que sea su naturaleza moral. Leer no te hace más sabio, te hace más libre.
Y entonces bajo estas circunstancias debo decir con el mayor orgullo del mundo: confieso que he leído.
Y no me importa si me condenan Señores del Jurado, el daño está hecho y es permanente, y lo es peor, incurable.
Condénenme a seguir leyendo de por vida, hasta que mis ojos dejen de percibir luz y mi alma deje de latir.
Leer no te sirve de nada, excepto para no vivir solo. Excepto para hacer de ti un hombre, un solador, un guerrero, sirve para sobrevivir a este mundo, a esta realidad, sirve para reconstruir cada día el universo. Culpable soy y no me arrepiento.

Sin defensa alguna

Columna Duranghetto
de la revista Contralíneas
Jesús Marín
30 de mayo 2008
Recién llegado de Mexicali del encuentro literario Tiempo de Literatura 2008 MXL, donde por tres días reunió a cerca de cincuenta escritores de todos lados y laredos; Chicali, con lo dicen los oriundos, es un infierno: 60 grados a la sombra y aquí ya nos morimos con 30 grados. Infierno el clima, pero calidez de la gente, de los escritores, gente de muy diferentes rumbos y estilos, el J.M. Serfín , maestro y cronista del nuevo llamado periodismo, es decir, aquel donde un escritor ejerce los oficios de periodista en la crónica y en le reportaje y recupera la esencias del periodismo: contar historias informando, es decir aquel que profesaron London y Hemingway: contar historias reales , dentro de una ficción literaria mientras informan de un hecho. Y que en nuestra Latinoamérica: García Márquez es un verdadero Maestro. Tres días de literatura, de presentaciones de libros, de un calor bárbaro, y eso que todavía no estamos en agosto, decía los chicalenses con un dejo de burla. De conocer nuevas caras y nuevos estilos literarios, presentación de revistas independientes, otras sólo un poquitín, de revistas virtuales en la red. El encuentro literario Tiempo de Literatura 2008 MXL, fue organizado por AML producciones, la auténtica mafia literaria encabezada por la jefa de jefas, la escritora Elma Ruelas. Y los problemas berrinches y corajes no los hicimos en el traslado pa aquellas fronteras, ni cuando tuvimos que tomar cuatro Aviones, cinco horas de vuelo nomas mirando nubecitas blancas y un cielo que de tan hermoso parecía que de una momento a otro aparecería un ángel con mandolina y todo, no, el coraje berrinche fue cuando tuvimos que trasladarnos al Aeropuerto Guadalupe Victoria, de nuestro Duranghetto ante el abuso de los taxistas y el silencio cómplice de las autoridades: los cabrones taxistas cobran los que da la gana y a como se le hincha: mínimo doscientos pesos, libres de impuesto por la dejadita al “Airopuerto” y háganle como quiera al cabo papi sindicato protegen y las autoridades nos la pelan. Y así pretendemos crecen en Durango ante estos robos descarados. Pero sigamos con el encuentro: Mauricio Bares, tipazo y escritor, de esos de vanguardia, se parece de primeras a David Bownie, editor por años de nitro/ press, libros con un diseño de poca madre, publicándole a escritores riesgos, de esos que nada tiene que ver con la simulación literaria, de él nos trajimos: “Sobredosis” y un antología : “me ves y sufres” con relatos de Rubén Bonet, Mauricio Bares, J.M Servin y Pepe Rojo, en la llamada narrativa express; a la escritora jalapeña pero residente en Juaritos, la Magali Velasco que nos brindó su más reciente libro: “El cuento: la Casa de lo fantástico” editado por el Fondo Editorial de Tierra Adentro, con quien conversamos largo y tendido sobre los amigos y enemigos mutuos, sobre los consejos y desconsejos de qué escribir , claro esta, acompañados de frías Tecate, la cerveza dominante por aquellas regiones; revistas independientes de buen ver y mejor leer: de Culiacán, “Textos” con su editor Irad Nieto, “Alta noche” de Víctor Hugo Barrera y Olga Angulo y una virtual: “ hermano cerdo” de Daniel Espartaco del distrito Federal. Luego uno no deja de comparar, entre lo que estamos haciendo en Durango y lo que hacen fueran de estos muros, los que llevamos en la piel y los que rodean la ciudad, muros invisibles y por lo tanto infranqueables, y sí, salimos perdiendo; aquí seguimos enfrascados en descalificaciones y una literatura mediocre y de principios del siglo pasado, claro con sus excepciones, como la de Miguel Ángel Ortiz Reyes, que acaba de ganar el premio nacional de literatura Amado Nervo, pasa ya sumar tres nacionales, cosa nunca vista en Duranghetto, y los que le faltan al Miguelito, felicidades e envidia de la buena, si es que hay de esa. Y sí, estos encuentros de debate sirven para darnos cuenta que estamos más cercanos en Durango, del periquillo Sarmiento que de la literatura que se esta haciendo hoy y ahorita. Chavos jóvenes de Tijuana y Mexicali así nos lo mostraron, de Sonora, Sinaloa, Monterrey, chavos estudiando letras, pensando y escribiendo en dos idiomas, creciendo a la par con la tecnología, pero sobre todo con la mentalidad abierta al mundo. Entre los asistentes podemos mencionar algunos: el Omar Pimienta, de Tijuas, el maestro poeta primer traductor de Buko: Roberto Castillo, los monterellenos: David López y Minerva Reynosa con su chilango light, El rafa Saavedra que se cuece aparte, y un resto de camaradas que por motivos de espacio no acabaríamos de mencionar. Chido de vez en vez andar de pata de perro, pero siempre extrañando a nuestro Duranghetto. Y felicidades al Alfonso Cano Maa, caricaturista y compa, por ganar el premio nacional de caricatura, chido carnal. Merecido, eso que ni que. ( jesusmarin73@hotmail.com)

sábado, 10 de mayo de 2008

A ochenta años con Carlos Fuentes y a cincuenta de la región más tranparente

Jesús Marín

"Lo que un escritor puede hacer políticamente debe hacerlo también como ciudadano. En un país como el nuestro el escritor, el intelectual, no puede ser ajeno a la lucha por la transformación política que, en última instancia, supone también una transformación cultural."
Carlos Fuentes en un Ensayo para la revista Tiempo Mexicano, en 1972
El once de noviembre de este año, Carlos Fuentes cumplirá ochenta años. Ochenta años de ser uno de los escritores precursores del llamado Boom latinoamericano. Ochenta años de ser el mexicano más cosmopolita, extranjero en su tierra y mexicano universal. Ochenta años tras la búsqueda soñada del Óscar, y por fin, lograr la eternidad literaria a que todo escritor aspira. Ochenta años de literatura, con sus altas y bajas, con su gloria y su contradicción, con genio y con las acusaciones de plagio que pesen en su contra, pero que no han logrado ensombrecerlo ni disminuir su soberbia.
Carlos Fuentes con Octavio Paz, han escrito parte de la historia de la literatura mexicana contemporánea. Y para entender a Fuentes habrá primero que entender a Paz. Fuentes sin Paz no podría existir, literalmente como Tal. Como el Carlos fuentes que habla mejor ingles que español. El Carlos Fuentes de una infancia sin vacaciones por asistir en verano a las escuelas de la ciudad de México para no perder la lengua castellana y aprender la historia de su Patria. El Carlos Fuentes que estudia en Santiago de Chile en el colegio inglés The Grange en tiempos del Frente Popular chileno y de la guerra mundial, que afectan profundamente en su sensibilidad. El Carlos Fuentes viviendo en Buenos Aires a los pocos días de la toma del poder por el general Farrel, que en rebelión contra la educación fascista del régimen militar, se dedica a descubrir el sexo, el tango y la obra de Jorge Luis Borges.
Ese Carlos Fuentes, amado y odiado, mexicano y extranjero, el único que ha sido capaz de escribir sobre México desde la lejanía del destierro voluntario, de la educación en los mejores colegios del orbe, escribir sobre México sin ensuciarse de los zapatos de lodo desde una ventana en París, mirando y aspirando su snobismo con el Sena a sus espaldas. El del delicioso extranjerismo, el exótico, el que este año del 2008, cumple ochenta años de vida. Ochenta años celebrados por el Instituto de Cultura del Estado, con una mesa redonda en el museo de arte Guillermo Ceniceros, con el churrumbel al frente por haber resultado imposible conseguir al mismísimo festejado; con los reflectores alumbrando como le gusta al hombre que fue amado por Ava Gadner, mató a Franco y le enseñó lecciones de filosofía a Sastre.
Mesa redonda con la exquisita Cinthia Quiñones, fina y elegante, con su eterna jerga revolucionaria-maxista-arriba-el-ché, y que esa noche del jueves 24 de abril, tomó como pretexto el cincuenta aniversario de la novela de Fuentes “la región mas transparente “,novela que captura, a decir de la ponente, como nadie, la imagen de la ciudad de las ciudades de Latinoamérica, de la ciudad monstruo, la ciudad de México, la llamada ciudad de los palacios. Y cuyo pretexto le sirvió a la camarada Cinthia Quiñones como una vía para dar a conocer una vez más, lo jodido que estamos en la sociedad actual, al culpa de los gobernates y su corruptelas y un largo etc. demagógico y caduco, para declarar su amor –odio por Carlos Fuentes, que después de no sé cuantas cervezas, acaba siempre en la borrachera hablando del maldito hijo de su madre que tanto desprecia pero que tanto ama. a ese hombre al que las ciudades le crecen por dentro. Y que en su novela “la región mas transparente del aire” captura como nadie a la sociedad mexicana con sus clases y sus tradiciones, con su miedo y su mediocridad. “Y ese miedo del mexicano al vacío, al no saber cual es su origen”.
A cincuenta años todos somos lo mismo, somos hijos de una revolución fallida que no terminamos de superar, con héroes cada vez menos heroicos y eso si, cada vez más nacionales. Una intervención inteligente, con un texto bien escrito, aunado a la dulzura de su juventud, fue lo que abrió la noche, la que que prometía ser la noche de Carlos Fuentes, que la final resultó que Luis Ángel Martínez Diez es en realidad quien aspira a ser nuestro Carlos Fuentes duranguense.
Y no fue la casualidad que Cinthia Quiñones abriera el debate, no fue mero acto de caballerosidad: la mesa completada y complementada por el filosofo en ciernes, ya que un filosofo que se respete no es filosofo hasta cincuenta años después de su muerte: Iván Alvarado, Manuel Salas, Doctor en alguna Universidad de de la mancha de cuyo nombre no se puede acordar nunca, y por el Churrumbel, jefe supremo y mano izquierdoza que gobierna como fascista y cobra como priista. EL orden estaba dado, la mesa partiría por juventudes tempraneras hasta momizas momificadas.
Iván Alvarado, con una voz ocre, plagada de cobrizas nostalgias - quizá por Heggel o Nieztche, retoma el tema, y como todo buen y amargado filosofo, dejó de lado la novela en cuestión, a Carlos Fuentes y se centro en sus muy personales dudas existencialistas, fue clara su obsesión filosófica, a la cual le dio vueltas y vueltas, sin llegar a ningún sitio: ¿qué es lo mexicano? repetía una vez y otra vez, con una voz cansada, con una fatiga crónica, con una voz desde un desértico islote donde se halla prisionero, él y toda la filosofía del mundo heredada por sus tutores germano. “Mexicano es un sueño. Mexicano es el que no se raja. Mexicano es la desgraciada búsqueda de lo que somos. Mexicano es un progreso estancado”. y Vladimir seguía hundido y perdido en las oscuras aguas de la filosofía, y la voz nos llegaba de lejos y la gente poco a poco desapareciendo y la pregunta en su mente, ¿qué es lo mexicano? ,¿qué es lo mexicano? Y esta vez los mariachis no callaron, porque ni Mariachis había.
Finalmente se perdió en una metafísica de la cual ya no pudo escaparse- de la cual se sospecha lleva gran parte de su joven vida tratando de escaparse. y su voz se fue diluyendo entre ruidos y comentarios de los asistentes.
Tocó el turno al nuestro españolete nacido en Nuevo ideal, Manolo, y como siempre, sin dejar su pose doctoral, de doctor sin doctorado, académicamente correcto hasta en la forma en que acomodó su trasero, nos descubre el hilo negro de la noche: a la novela no la hace el autor ni la novela como tal, la hacen sus lectores; asombrados ante tan magnitud de verdad revelada, continúa con una cátedra bastante ilustrativa del momento histórico en que fue concebida la novela, del México de los cincuentas, del llamado milagro mexicano, del gobierno de Miguel Alemán que rompe por fin con los militares en el poder.
Fuentes, afirma Manuel Salas, toma un fotografía exacta y nítida del México de los cincuentas, es como una gran mural, y se pregunta y él mismo se responde: ¿qué le sucedió a la revolución mexicana? sólo sirvió para que en México apareciera los fraccionamientos y el surgimiento de una clase media.
Y segunda noticia asombrosa revelada por el Doctor Salas: Fuentes es un burgués. Un burgués que conoce a Paz ,cuyo maestro compartieron en la figura de Alfonso Reyes. Y sin el notable ensayo de Paz: el laberinto de la soledad, la novela de Carlos Fuentes “la región mas transparente, no hubiera sido concebida en los cincuentas y publicada hasta el 1959.
Carlos Fuentes es un gran muralista orozquista aclama el doctor Salas, ante asombro de propios y extraños, donde pinta y retrata los mexicanos de todas clases, olores, sabores, con el humor y el chascarrillo, con recursos narrativos que rompen esquemas caducos , con la música popular mexicana como personaje, con los giros idiomáticos que el escritor Fuentes maneja y conoce. “Somos la consecuencia de una revolución traicionada y somos la marginalidad que existe hoy en dia” Órale, la frase de la noche en boca de Manolo. “Ser mexicanos no es lo mejor que pudo habernos pasado pero no tenemos otra opción”, terminando su intervención Manuel Salas.
El reciento del Museo Ceniceros lleno, con lo granado y selecto de la cultura localita, uno que otro escritor despistado en busca de sí mismos, periodistas de la fuente, la belleza deslumbradora y alumbrada de Barby, nuestra Barby, los aullidos de lobo hambriento del vítor Hugo al verla y cuasi comérsela con la mirada, la caballerosidad no exenta de langarismo del churru que desciende de la mesa redonda a obsequiarle un librito a nuestra Barby, tan sólo para comprobar que los ángeles sí existen, los flashazos a destiempo.
El interés no tanto en la conferencia ni en los conferencista, mucho menos en sus alegatos y egos desbordados, sino en la promesa de conseguir una ejemplar de la novela festejada, de llevarse un librito de la edición conmemorativa de los cincuenta años de “la región mas transparente”, interés que retenía y aglutinaba al respetable. La botanuca nais en los jardines del recinto, asaltada y saqueada por la perra hambre sempiterna de los gorrones de siempre; las esposas aburridas reclamando la pequeñez de las copas de vino tinto, obligadas a actuar de reinas consortes de sus funcionarios y cultos más no ocultos maridos.
Y ya el escenario, nuestro churumbel, con su sexagenaria sonrisa y su eterna pre-adolescencia nunca superada, y nosotros con el oído listo y el morbo despierto, para ver que vacilada, rebuzno o cosa sabía iba a declamar o reclamar, no se sabe con este español nacido en Durango, con este dandy, como el mismo se ha declarado: ciudadano del mundo y empezó – obvio y predecible- con una lista de similitudes entre el mimo o el mismo, y Carlos Fuentes: que si aquel vivió en Santiago de chile, Argentina, Miami; él estuvo en el Df, Madrid, Barcelona, la Habana, Tucumbú. Que si Carlos fuentes es guapo, él lo es más, que si Carlos Fuentes tiene dos manos , el también, para finalmente declarar que solo alguien que ha vivido fuera de su país puede entenderlo y pudo haber escrito una novela como esa. Por eso él es mas durangueño que el mismo caldillo duranguense.
Y para no variar, como siempre que habla el churru, el protagonista es él mismo, el héroe es él mismo, Crsito super estrella es él mismo; habla de lo grande que es y sigue siendo, de como Carlos Fuentes lo conoció hasta hincarse emocionado por tal suerte, para suerte y encanto del ahora ochentero. Habló de los personajes duranguenses que aparecen en la novela, de cómo nos llamó los “dientes podridos” por el coraje de que un duranguense le dio bajé con una ruca que resultó ser Rita Macedo, pero zacatón y medio hablador que es el Churru no quiso dar el nombre del ganón durangueño que le quitó una vieja a Fuentes y que por eso Fuentes odia a duranguito bello.
Si bien es cierto que Martínez Diez habló de la vida, amores, tragedias, chistes y gracias de Carlos Fuentes siempre lo hizo comparándose y equiparándose con su propia vida, estableciendo un paralelismo sospechoso entre ellos. Y entre tanta parrafada de palabras, diarreas verbales involuntarias, el Churru tiene sus destellos, sus momentos de lucidez: Carlos Fuentes es un gran escritor pero también es un gran escritor, al revés volteado de mí mismo, es decir del propio churumbel que es un gran personaje, de carpa, pero al fin personaje en la tragicomedia de la cultura local.
Carlos fuente es de izquierda dentro de la constitución, y la ausencia de su país lo hizo más mexicano, por eso pudo escribir una novela así, del México de los cincuentas, termina diciendo el Churru, entre ovaciones, flores, y lagrimas de sus subordinados que aplaudieron rabiar como si les dieran aumento de sueldo con cada aplauso.

Cuando Tequila no es suficiente

Jesús Marín


Ámame está tarde. Tarde de aguacero en que el cielo parece desplomarse. Lo sé, cada vez que nos vemos, pienso que será la última. Y deseo apagar el faro, soltar las amarras. Quedarnos en la isla de nuestros cuerpos. Y que ninguna realidad nos rescate.
Aquí, en nuestro cuarto, donde hemos construido nuestro refugio, empieza a percibirse cierto aroma a herrumbre. A llenarse de caparazones de tortuga, y a caer los pájaros, extrañamente intoxicados. La desolación sonríe, alegre de saberse la próxima aborrecible huésped. Las paredes, antes de un blanco neutro, han de tornarse de amarillo melancólico, tono ideal para la angustia y acentuar el melodrama a desarrollarse.
Luego uno no quiere parecer cursi: la lluvia cayendo a raudales, es agosto, las gotas golpeando furiosamente contra el cristal y para colmo, se me han ocurrido encender un par de inciensos, y en el estéreo, quedamente se escucha Sabina, con su calle melancolía. Nosotros ya no veremos otro aguacero. Este puede decirse, es nuestro diluvio.
Te has empezado a quitar la ropa y yo me siento a verte hacerlo, me encanta como te vas quitando la certidumbre y te conviertes en una incertidumbre que me sorprende y me arroja a los desfiladeros; poco a poco aparece tu cuerpo de muchacha, tu desnudez de veinte años. Me maravilla la inocencia de tu vientre y el estrellarse de las olas en tus pequeños senos. Nunca me canso de tan asombroso espectáculo, de cómo dejas de ser una joven estudiante, y te conviertes en blanquísima sirena, en virgen ante la cual me arrodillo para besarte los pies. Y agradecer por tener una vez más el milagro de tu piel. Y mira, tú en dos años nunca me ha dicho ni media palabra que pueda tomarse como un te amo. A veces es mejor hablarse en la cama que con palabras, me dices a modo de respuesta.
Te ha de resultar aburrido que a mis años no deje de repetirte que te amo, mira que casi podría tener edad para ser tu padre, pero es inevitable ser cursi a medida de que envejeces, bueno si ser cursi es sentir dolor ante la perdida inminente, ante el conocimiento que será esta la última tarde en que me aprisionen tus muslos y muerda tu cuello, entonces, lo soy. ¿ Tú también sientes el frío, verdad?, quizá no, ustedes las mujeres son más fuertes, o saben disimular mejor. Y a los veinte años se es invulnerable. Tratas de consolarme con besos en mi cara, con tus manos acariciándome el pecho, dices que no es cierto, que son imaginaciones mías, pero al decírmelo veo como no sostienes la mirada y miras a otra parte. Además están las mariposas negras clavadas en las paredes a manera de cristos , ¿qué otra prueba quieres?
Tu desnudez en la penumbra, mis manos ya en decadencia renovándose cada vez que recorren tu cuerpo. Tus grandes ojos, ahora más tristes que de costumbre, me miran tratando de hacerme comprender que ya no podremos vernos y yo quisiera decirte que mejor me mates, que me mejor te vayas y me dejes solo, solo, como me encontraste.
La botella de tequila casi vacía, dos velas consumiéndose. Ahora parecemos tan ridículos, tan horriblemente grotescos. ¿Qué hace una muchacha como tú?, conmigo, siempre me lo he preguntado, con miedo a la respuestas. Pero esta tarde de agosto, sé mi amiga, suena raro llamarte amiga y pensar en ti como algo pasado. Sí, sí, no te preocupes, estaré bien. Claro, no te vuelvo a llamar a medianoche, ni mandarte mensajes por el celular, luego ya ves que te meto en broncas con tu novio. Sí, sí , no te preocupes, siempre lo supe, lo nuestro no tenía futuro: Nunca lo tuvo. Nunca fui de tus prioridades. Sí, esperaré a que me llames tú, a que me necesites. Ven, acércate, acurrúcate en mi pecho, refúgiate en mí; escuchemos juntos como el silencio va transfigurando lo que antes era sonar de pájaros y despertar de grillos. Con que facilidad uno se convierte en cadáver, se convierte en memoria que nadie desea recordar. Quizá, cuando por la calle nos topemos, seremos otros, con otra cara, con otra vida.
Lo sé, no quieres que te acompañe a tomar el taxi, cierto, la ciudad es tan pequeña y alguien puede vernos. Luego cómo explicar que te miren acompañada de mí. Vete sin despedirte, no me des la gracia por todo. Ni por nada. No hagas de esta despedida algo tan civilizado, simplemente vete. Y déjame que yo encuentre la forma de no pedirte que te quedes. De no pedirte que no me abandones.
Así esto, no hay nada seguro. Hay que seguir, quizá alguna vez dejaremos de huir. Es tarde, ya vete, no finjas que te importó. Aún me queda dos tragos de tequila, y la noche es tan larga. Demasiado diría yo.

Los lutos de Septiembre

Jesús Marín

Afuera, en la calle, en los rostros de los hombres y en las risas de las mujeres, la lluvia de septiembre continúa implacable. Parece que de un momento a otro se va a formar un océano que vendrá a llevarse los restos de lo que fuimos; ahora distantes islas, náufragos errantes en el hastío y rumor de olas, quebrándose en los ojos de los otros.
Aquí dentro, en lo que fue nuestro departamento, hace un frío insoportable. Debería haberte pedido que no te fueras. Debería pedirte que regreses. Pero vaya, al menos uno como hombre debe conservar un poco de dignidad, aunque luego la pierda en las noches en que ebrio de alcohol y borracho de tu ausencia, aullé tu nombre a ese silencio que no sabe decirme dónde estás, a ese desamparo que no sabe como abrazarme. Pero las mujeres no saben de melancolías, saben de olvidos lapidatorios. Saben perfectamente como partirle la vida a un hombre, sin dejar rastros de culpabilidad y mucho menos sufrir de remordimientos.
En esta tarde de lluvia, cuando se cumple casi un mes de tu partida y un mes de mi velorio, esa maldita dignidad ya no me sirve de nada. Quisiera no haber tenido simulaciones de hombre que no sabe de llantos. Quisiera haber caído de rodillas dispuesto a no dejarte ir, más que muerta, como muerto he quedado yo. Pero a la vida no puedes contenerla, simplemente aprendes a sobrevivirla. Además cómo puedes retener a una mujer cuando ella ha decidido dejar de amarte, cuando ha dicho hasta aquí. Y se va, sin voltear una sola vez. Y te da un beso en la mejilla. Y te dice que todo esta bien, pero que por favor no la llames ni la busques, que dejes todo así, “con el bello recuerdo de los días hermosos”, mejor me hubieras clavado ahí mismo de los testículos, maldita perra, hubiera sido menos doloroso. Y todavía tuve que sonreír, sonreírte desde el abismo en que lentamente iba cayendo, sonreírte entre la arena que me estaba atragantando. Y alzar la mano en señal de despedida, mientras los escombros del templo, de tu templo, se me venían abajo estrepitosamente, y los dieciocho años que nos separan se hicieron tan dolorosamente reales y tus veinte años tan poderosamente crueles.
¿Recuerdas?, me dejaste sentado en las escaleras, las que conducen a la planta alta, donde éramos los amantes furtivos de un mundo que desaparecía en cuando nos besamos. De ahí vi como te marchabas, mientras murmurabas palabras que llegaban muy quedas, como avergonzada de pronunciarlas: no, no me abras la puerta, no me gustan las despedidas. Volveré, algún día volveré. No sé cuando, quizá dentro de un siglo o quizá nunca. Y cuando te pedí que me lo juraras, no hubo promesa de tu boca, ni juramento en tus ojos. Sólo te fuiste de prisa, como queriendo huir del olor a muerto que ya empezaba a segregar. Huir de mis ojos que rápidamente se poblaban de abismos. Y mis manos solitarias, inertes, huérfanas de respuestas. Me sentí tan estúpidamente hombre y tan inocentemente niño, desvalido y triste como cuando tenía siete años. Y tuve siete años de nuevo, volvió ese frío que tu cuerpo había desterrado. Tuve frío y tuve hambre de ti. Y mi hambre y mi frío no fueron saciados, se agolparon en mi pecho, temblando de miedo, junto a mi esperanza, que borracha y enloquecida, gimoteaba por ti. El único que parecía más calmado y controlado era mi orgullo, hasta que vi como arrimaba una silla y amarraba una cuerda a una de las vigas, luego ya no pude más y cerré los ojos, al verlo subir a la silla y ponerse la soga alrededor del cuello...
Desde la ventana del cuarto, observo el desierto que se va extendiendo en derredor, pronto no habrá lugar a donde pueda ir a rezar. En esta blanquísima habitación, como blancos son los huesos de los infieles que se queman al sol; ahora ruinas de lo que fue nuestra defensa contra la ceguera de ellos, los impíos; ahora amarillo a causa del desamparo. Ahora apestando a cerveza rancia y podredumbre. Ahora repleto de peces muertos y de largas tiras de resaca. En esta habitación me refugio entre las ruinas de los creímos ser. Por allá, entre las olas, que van y vienen, tu retrato se hunde y vuelve a emerger, cada vez menos nítido, con tu imagen diluyéndose, pero aún se pueden leer las palabras que aquel luminoso mes de junio de hace dos años escribiste: con amor para mi Señor, mi Caballero, siempre estaremos juntos, tu princesa oscura. Bien dice que la melancolía es la peor de las muertes.
Ahora ya no importa ser hombre, ahora ya no importa ser muerto, ahora importa sobrevivir hora a hora, día a día; soportar la angustiosa tentación de llamarte, de tomar el celular y marcar tu número, con el anhelo, ya no de reencontrar restos del amor que sentías por mí, sino encontrar tan siquiera un mínimo de piedad que te obligue venir a rescatarme de esta tristeza, honda y profunda, afilada y despiadada, porque las cosas por su nombre: tristeza es la muerte de un hombre por una mujer que lo ha dejado de amar. Tristeza debió ser el grito de los que han quedados ciegos y solos. Tristeza debió ser el grito de Luzbel al ser desterrado del paraíso. Tristeza es el nombre que los hombres damos a la mujeres que nos condenan a añorar la sangre de sus cuerpos, a vomitar los recuerdos cada noche. Tristeza es mi nombre. Tristeza es mi cuerpo. Tristeza eres tú, Sara, donde quiera que estés. Y tristeza es el alimento de los muertos. (jesusmarin73@hotmail.com)

La fe de un demonio

Jesús Marín

Qué hago en una ciudad a donde no pertenezco, escondiéndome de la luz del día en un miserable cuarto de hotel, huyendo de los espejos y de los ojos de la gente que me mira, inquieta y temerosa, como sospechando que no pertenezco a su especie; qué hago saliendo cada noche a beber la sangre de uno de ellos para prolongar mi inmortalidad, prolongar la espera de ti, mi princesa de la oscuridad, buscándote entre las calles de los mortales, en los cementerios abandonados, entre los hijos de la noche.
EL hermano viento no sabe decirme a dónde te han llevado, no sabe decirme dónde quedó el rastro de tu piel, la suave fragilidad de tu tristeza, oh mi niña cuánta falta me haces, cuánto añoro tus manos pequeñas deslizándose sobre mi rostro, tu pecho acurrucándose entre mi pecho, cuando me haces falta en la eternidad, ¿ Cuándo volverá esa noche en que tu mano sea prolongación de mi mano?, y al mirarte a los ojos sabré que mi destierro habrá terminado; estoy tan cansado Sara, que quisiera salir a luz del día y acabar con este desamparo, con este vivir sin ti, me dueles desde siglos, me duele saber que vives esa vida triste y alejada de mí, me duele no ser parte de tu cuerpo cada noche, no ser parte de tus sueños cada eternidad, me dueles Sara.
Hace meses que no sé de ti, que no he recibido tu llamado, te escucho levemente cada noche, te veo entre sueños, prisionera de ellos, los falsos profetas, los jueces que nos condenaron a vagar por esta inmensidad, por esta tierra inhóspita; ellos que adoran la falsa luz, ellos que desprecian la oscuridad, la luz más luminosa. Ellos que nos desterraron, a nosotros, los verdaderos príncipes de la noche, oh ángel mío, dulce niña, pequeña mitad mía, sangre de mi sangre, cuerpo de mi cuerpo: entre sueños percibo tu dolor, tu infinita tristeza y soledad, quisiera vencer esta cárcel de piel, esta miserable mortalidad de hombre ante los espejos y recuperar mi antiguo poder, y volver a surcar los oscuros cielos de la noche y volver a ser príncipe entre príncipe de las tinieblas y desplegar mis alas negras e ir hacia ti y rescatarte de tu dolor, rescatarte de tu prisión.
Nuestra madre, la luna es testigo de las noches en que he llorado de dolor por ti, en que he gritado a nuestro amado maestro Luzbel su ayuda para romper los yugos que nos tiene sometido y volver a ser uno solo y que tú, ángel de la oscuridad, y yo, demonio que habita la piel de un hombre, vuelvan a unirse en la antigua ceremonia, en el sagrado rito que ningún Dios puede destruir y ser carne de tu carne y en tu vientre recuperar la fe y en tu vientre recuperar a mi Dios, tú eres mi Dios, eres mi muerte.
Haz el milagro de nuevo, pronuncia mi nombre, el que tú solo conoces, devuelve la oscuridad a mi corazón, devuelve la sangre a mis venas. Haz que renazca de nuevo, cura mi odio y mi maldad, cura mi corazón, haz que vuelva a creer. Ser uno solo, la luz más hermosa, la luz más poderosa y no exista ni noche ni día y nuestro reino sea eterno y nuestra sangre, sangre única.
Heme aquí, como desde el principio de los tiempos cuando éramos uno solo, y ahora que vivimos separados, tú en el cuerpo de un ángel, de una mujer, ¡oh Sara!, y yo, como demonio, que habita en el cuerpo de un hombre, alejado de luz, heme aquí, con este amor que no ha cambiado en centurias, con esta sed que no se agota por tu sangre, con estas lágrimas que solo tú has podido sanar, heme aquí, esperando por una palabra tuya, esperando por una mirada de tus frágiles ojos, esperando que tu boca se hunda en mi cuello y te alimentes de mí, soy tuyo y de nadie he de ser, para mí no hay ningún dios en la tierra y en el cielo, para mí no hay ninguna luz ni ninguna oscuridad , que tú, mi amada Sara, mi Princesa de la oscuridad y si he de morir habrá de ser por tu mano y si he de renacer habrá de ser por tu vientre y tu boca será mi hogar y tu vientre mi refugio y eres mi mujer por lo siglos de los siglos, ha si lo ha dicho nuestro Señor , la luz más bella, Luzbel, y así ha de ser por los siglos de los siglos. Amén.

El Ocre Sabor de los Domingos


Jesús Marín



En esos domingos de palomas desquiciantes, en la plaza de armas, desde una ciudad llamada Duranghetto: pobrecito de ti, Durango a mil kilómetros de ninguna parte. Tan cerca de Dios y tan lejos de los gringos. Tan lleno de priistas y aviadores, de narcos y de mochos, de gente triste que emigra, de viejos que agoniza en sus casas de adobe. De discursos demagogos, de relojes que tocan arpas.
Domingos de amarillo ocre, sin saber a dónde ir. Plaza de reunión de la fauna y flora de esta ciudad. De gente entrecomilladamente feliz, con la carreola paseando al futuro me-sacarás-los-ojos; el angustiado padre de familia que trata de controlar a su salvaje prole, pensando de dónde sacará para pagar la renta, la luz y la colegiatura, ya sin el consuelo de antes: conque compre otro kilito de tortillas, se marea el hambre y luego ya veremos. Las manadas de hambrientos jóvenes creyendo que su juventud será eterna y que jamás darán lastima como esos, otros, avejentados y vencidos, destruidos y sin rumbo, ellos siempre serán todopoderosos adolescentes.
Parejas de novios suspirantes de la irrealidad, convencidos de su amor, imaginándose los últimos amantes genuinos. Esposos, con el amor a punto de ser sustituido por el miedo y la costumbre, aferrados a sus islas, mientras el naufragio es evidente. Pequeños escuincles, angelicales s demonios, que ahora si pueden dar rienda a su energía, volando entre la angustia de las madres primerizas y la complacencia de las abuelas.
Globeros vendiendo redondas ilusiones de efímera existencia y gloriosa levitación. Y por el cielo las palomas sin encontrar aquel paraíso perdido hace eones, se conforman con el maicito que almas caritativas les tiran a raudales.
Domingos indolentes, de sentarse en la plaza, universo reducido de una ciudad olvidada, entre el desierto y la añeja gloria de lo que fuimos. Esperando un milagro; milagro que nunca llega a ocurrir, a excepto que se trate de la muerte, muerte liberadora de recuerdos y nostalgias, oficio del citadino, herencia de ancestros y culpa de sangre muerta con la que hemos nacido.
El tiempo transcurre observando las deliciosas nalgas de las mujeres, mirándoselas disimuladamente e imaginando a qué sabrán sus paraísos, entre decidir cuando más podemos soportar esta indolencia de cuatrocientos años, este dejar pasar, este callar angustioso. Otros, los más viejos, con súplicas por la piadosa visita del silencio, de la niebla que se llevará sus cansados ojos a los días de infancia, al regazo de la madre muerta pero tan viva en sus corazones; añorando en su apesadumbrada mirada, el tiempo de cuando ver unas piernas de muchacha, airosas al aire, les significaba algo o les movía alguna parte del cuerpo, ya momificada.
Domingos de manitas sudadas, suspiritos entrelazados y miradas de oveja a medio parir, chica y chico, con sus mejores garritas, algunos hasta un baño sin ser sábado, ella, angelical casi virginal ,al menos en apariencia, con la rosa roja en la mano, símbolo palpable de la auténtica estupidez que ni la posmodernidad nos ha podido arrebatar: una flor a cambio de tu inocencia, una flor a cambio de tus deliciosas nalgas. Sé es virgen una sola vez. Y él, moderno Pedrito Infante, cierto, cincuenta años no son nada y sigues siendo el ídolo; botas picudas, pura piel de Tuano, originalita, cinto piteado de perro fino, y tamaña hebillota para disimular tamaños diminutos allá donde les dije. Y una guaripa pa librarnos del inclemente sol dominguero y de las auscultaciones indiscretas, sintiéndose amos del billete verde y de la hierba fina, esa que provocación angelaciones y subidas al cielo a chupada el carrujo, paseando en camionetotas relucientes, con la banda a todo el viento, pregonando lo chingones que somos, intocables ante la ley de los hombres y favoritos del divino, del señor de los cielos, total la vida es corta y mientras tenga mi cuerno de chido, pa qué el miedo.
Largotones en patinetas que no han superado su adolescencia, creyéndose los nunca vistos, tratando de impresionar con sus giros, con sus ansias de volar como pájaros: ángeles de la calle, del asfalto, atentos al atisbo de algún poli que venga acabar con sus sueños. Y al final, reconocer su derrota, nunca serán ángeles por más que lo intenten, pequeños hombrecitos, de largas greñas, en subdesarrollo neuronal permanente.
Domingos donde los globeros por fin logran vender algo, una esperanza para hacer más soportable la larga espera de la semana, globeros que casi casi les meten los globos en los ojos de los niños, sus potenciales víctimas y mejor comprárselos, ante el inminente berrido de león vástago, del junior. Y feliz con la ilusión que apenas les durará un suspiro. Y los padres satisfechos de haber cumplido un berrinche de su prole, esa que algún día renegara de ellos, y los dejaran abandonados a su soledad , y en su vejez despiadada.
Grupitos de quinceañeras, de niñas a punto de florecer, que caminar cual muñequitas de barro, sonríen tímidas, sonríen coquetas, buscan olvidar que al otro día tendrán escuela. Qué tendrán una vida sin futuro. Casarse, aguantar los golpes de su hombre, como su madre, llenarse de hijos. Y las menos, emigrar de esta ciudad. Y las más, envejecen junto a mudez de estas piedras centenarias. Buscan un beso rápido y una caricia furtiva. Algo que les de un pretexto para tener dulces sueños, al menos por un domingo.
Domingos ocres de echarse el elotito, o los tres tamales que de pronto, debido a las burradas de Gobierno, se han convertido en artículos de lujos. El cuerito de puerco con su salsita, si no es cuero de mujer, al menos que sea de cerdo, que al fin es carne y cuaresma parece ser todo el año.
Lento trascurre el domingo en la plaza. En el mundo. En los corazones. A veces, alguna tocada viene a interrumpir el silencio. A veces los fuegos y danzas de los hippiosos, iluminando de más de una manera, con su terquedad de no rendirse, con su negativa patética a abandonar el país del Nunca Jamás. Jóvenes hippiosos ,cuarentones que se quedaron soñando tener veinte años, reliquias sesenteras que ni supieron que eran los beats pero poco importa cuando el olvido se llama como tú.
Las campadas llamando a misa, imperturbables, inmisericordes nos recuerda que Durango siempre fiel. Que en Durango el tiempo se estanca. Y se vuelve eterno. Y si el mundo se acaba me regreso a Durango y si Dios no existe me regreso a Durango. Nadie, pero nadie, viene a Durango.
Por la noche la cosa es más calmada, se enciende las luces y por momento hasta la plaza de armas luce bella. Y lejos queda la tristeza y la tierra oscura de esta ciudad. Y se siente uno a gusto en este pedazo de mundo. Y se siente uno en paz con Dios y con el Diablo, al menos hasta que el próximo domingo nos alcance.

La Orfandad del Desamparo

Jesús Marín

Comparto con mi padre, la soledad de la casa. Le nombró casa, a secas, porque desde que partió mi madre ha dejado de ser nuestro hogar. Hace ya tres años, una noche de domingo, se nos quebró en el patio, ante la mirada atónita de sus macetas, ante las lágrimas sin derramar de su marido, mi padre.
Comparto con mi padre, el amargo sabor de la orfandad, el refugiarnos cada noche en lo que un día fue nuestro hogar, ahora es piedra y cemento, frías habitaciones que carecen de luz. Y mi madre mirándonos desde el retrato. Y madre rezando por nosotros desde el cielo.
Ahora, cada uno a su modo trata de recomponer el mundo, trata de enfrentarlo. Ahora cada diez de mayo se nos convierte en un nudo en la garganta. En vez de rosas, llevamos flores muertas ante la tumba donde, dicen está mi madre. Y nos quedamos sin saber qué decir, sin saber dónde poner nuestras manos, y miramos la piedra gris donde han escrito el nombre de mi madre, y la fecha en que dejó de estar con nosotros. Y es una mentira vil, ella no esta muerta, ella esta viva, vive en los ojos de mi padre que cuando habla de su mujer se le ilumina su rostro de setenta años. Y vuelve a verla en sus fragantes diecinueve años, con sus ojos claros y su rostro de niña que nunca dejó de serlo, ni a sus sesenta años al morir. Y vuelve a tomarla de la mano, frente al altar, vestida de blanco, como hace cuarenta años cuando se casó con ella.
Mi madre no duerme bajo ese montón de tierra, no, mi madre esta cada noche esperándome en la mesa de la cocina para prepararme de cenar. Mi madre está afuera de la escuela como cuando yo tenía seis años y ella venía por mí, para darme el refugio de sus brazos, para darme los besos más dulce que mujer alguna me ha dado. Mi madre no ha de morir mientras yo viva.
Comparto con mi padre, la orfandad del mundo, la orfandad de los que hemos perdido lo más amado en la vida; comparto la tristeza de tenernos solamente los dos para sostenernos; él, huérfano de madre, desamparado de mujer; yo, huérfano de madre y abuela, compartiendo el desamparo, el saber que no habrá ya mujer que nos ame como nos amaron ellas. Ahora de verdad estamos solos, sin vientre materno donde refugiar las angustias de ser hombre. Sin voz que nos alivie el miedo y nos cure la angustia. No hay en el mundo tristeza más grande que la saberse en la completa orfandad.
Hoy nos ocupamos por sobrevivir, vivir ha quedado lejos de nuestro alcance. Sobrevivir cada día sin escuchar la voz de nuestro pollito, haciéndonos de comer ese arroz que ya sólo podemos oler bajo la cruel dictadura del recuerdo. Nos queda la nostalgia y el dolor. Sobrevivir es la peor de las herencias. Tenemos la noche para dormir y soñar soñando que ella nunca se ha ido. En realidad nunca se ha ido, vive en el corazón de sus hombres que la siguen amando, y es fortaleza de nuestra sangre y fe de nuestra esperanza.
Yo soy más cobarde que mi padre, lo reconozco, prefiero salir a la calle, prefiero huir. Regresar ya de noche a dormir con el sueño de los muertos. Aún no puedo acostumbrarme al silencio que se adueño de la casa. Aún no puedo acostumbrarme a no verla regando sus flores, arreglando el mundo con la santidad de sus manos. Nunca podré hacerme a la idea de que ella no me espera cada noche, rezando por mí.
Él, mi padre, se queda a enfrentar su ausencia. A resguardar su memoria. Padre se ha hecho cargo de sus macetas, las riega con su ignorancia de hombre, desconoce el lenguaje de las flores, pero lo hace con todo el amor que aún le sobrevive en el corazón.
Él se ha hecho cargo de cuidar de sus pájaros, de sus periquitos de Australia, esos que madre cada mañana los sacaba de la jaula y acurrucados entre sus manos, les hablaba de no sé que cosas, de no sé que cielos; mi padre sólo se limita a darles su alpiste, a cambiarles el agua, hombre como es, ignora el lenguaje secreto de las madres.
Quizá en la casa, haya seres más desamparados que nosotros; seres que no podido explicarse la ausencia de mi madre, y nos miran con resignada tristeza y mueven el rabo como toda pregunta. Ellas esperan su regreso con más fe que nosotros. Son sus dos perritas, sus dos compañeras de soledad, sus niñas como las llamaba, que se han quedado sin su ama amorosa: la pachuca, adolorida y vieja en la vejez de los perros, negra mestiza moribunda de cáncer, y la candy, gorda atrabancada; comparten nuestra orfandad y en su ignorancia sufren más que nosotros, los perros no saben de lagrimas, sólo tienen ojos tristes.
Mi padre y yo sufrimos la orfandad de habernos quedado solos. De habernos partido el corazón una mañana de febrero, cuando los dos, ante el féretro de mi madre, no le dijimos adiós, solo un hasta luego, porque los dos sabemos, que tarde o temprano, volveremos a estar juntos y de nuevo seremos una familia. Y volveremos a estar vivos. (jesusmarin73@hotmail.com)

Lágrimas negras como Vida

Jesús Marín
“...y aunque tú, me has echado en el abandono y aunque tú has muerto mis ilusiones
en vez de maldecirte con justo encono, en mis sueños te colmo,
y en mis sueños te colmo de bendiciones
sufro la inmensa pena de tu extravío
siento un dolor profundo de tu partida y lloro sin que tú sepas
que el llanto mío tiene lagrimas negras , tiene lagrimas negras como mi vida... “


“Lágrimas negras”, pero cantada por el Cìgala, con el bebo al piano

Y me porté como lo que siempre he querido ser: un gitano legítimo. La vi marcharse aquella tarde agosto, sin derramar gota de sangre de mis venas ni gota de sal de mis ojos. Y aunque tenía la muerte apoderándose de mi ser, me porte como si la vida misma fuera a empezar con su adiós.
Sin demostrarle que mi hombría se quebraba ante su abandono. Ni como la tristeza iba ahogando mi voz. Cómo hacerle entender que su abandono era el desierto en mis miradas. Ella tenía la muerte en sus ojos. Ella ya no escuchaba más que el amargo canto de las despedidas.
La deje irse sin humillarme ni suplicar, sin ponerme de rodillas, dispuesto a entregarle la inocencia de mi cuello. La dejé irse con la gallardía de un hombre, pero con la honda tristeza de un niño. De un niño que no sintió más cariño que el de sus blancas manos. De un niño que encontró refugio a su tristeza de toda la vida, en la suavidad de su vientre, en los abismos de su cuerpo. En el cálido hogar de su pecho. Y de un hombre que lloró todas las lágrimas no lloradas en sus brazos de mujer. Dulce ternura que me salvó infinidad de veces, ahora a dónde iré a estrellar esta furia y esta rabia. Ahora cuál será mi dios y a quien rezaré por las noches.
La dejé irse entre la niebla de mis ojos y el clamor de los cuervos estrellándose en las ventanas. Entre el canto de las sirenas y el estallar de las olas en barrancos. La escuchaba decir no sé que palabras, a no sé que viento, su voz me llegaba de infinitos confines, como si yo estuviera ya sepulto, como si yo tuviera ya gusanos devorándome las extrañas; lejos del sol y la lluvia. Lejos de lo mundano y de la vida misma.
La dejé marcharse, sin decirle que me estaba partiendo el alma. Que ahora mi alma se iría a pronunciar su nombre en los cementerios y ante la soledad del desamparo. Qué difícil será vivir sin la esperanza triste de sus miradas, sin el milagro de su desnudez y sin la miel amarga de su vientre. Dejé que se marchara, mientras mi corazón estallaba en lo alto, y aquí muy dentro, más allá de mis huesos, la oscuridad lo iba llenado todo. Y más dentro aún, la vida se me estaba derrumbando.
Hombre como soy, no lloré, y gitano como no soy, ahí mismo no la maté. ¡Ay Virgen del Guadiana enséñame a vivir sin vida!, porque ella era la vida misma, ella era la sangre de mi cuerpo y el latido de mi corazón. Y hoy me han sido arrancados los ojos. Y hoy me han sido arrebatados, el mar y el canto de los gorriones.
Ella me desterrado sin piedad de su corazón. Mujer tenías que ser. Mujer para hacer llorar a un hombre, para hacer hincarse a un gitano. Y bendita seas aunque me dejes morir sin el consuelo de tu boca. Y bendita seas aunque me hayas maldecido con la tristeza negra que ahora es mi sangre. Tristeza negra que son mis ojos y mi tumba. Y las lágrimas acumulándose en los bordes de los precipicios, pero gitano que soy, no le di el gusto de verme llorar, ya habrá noches donde ni el alcohol me impida llorarte. Ya habrá noches en que loco de rabia gritaré tu nombre a la madre Luna, que me verá llorar sin vergüenzas, que me verá retorcerme ante la tumba de tu recuerdo.
Y ella, morena como un sol de otoño, hermosa con el viento de madrugada, con sus hombros nacarados que tantas veces mordí: hermosa como la misma Virgen del Guadiana, supo decirme adiós sin necesidad de pronunciar palabra. Supo darme muerte sin necesidad de emitir sentencia.
Ella que me dio la vida, ahora me la quita. Ella que fue mi hogar y mi Dios, ahora me deja abandonado y solo. Me deja con el sabor de su boca, labios que nunca volveré a besar.Y maldita sea la hora en que Dios me la puso en mi camino, si ese mismo Dios me la habría de quitar. Y bendita sea la hora en que Dios te puso en mi vida, Sara.
Esa tarde de agosto fue como ninguna otra, fue como morir mil veces, como sentir la puñalada de la desesperación partiendo el corazón, pero mis labios no emitieron queja y mis ojos no supieron de reproches. Mi corazón se inundó con tu nombre, tu dulce nombre que ya no he de pronunciar, porque para ti he muerto, Sara, como muerto he de ser para el mundo.
Benditas seas Sara, por darme vida estos dos años. Por darme muerte desde hoy, porque desde ahora muerto soy y muerto he de vivir y muerto he de morir. Y por las noches, ante la soledad un vaso de vino, hablaré de este maldito amor que te tengo y de esta ansiedad loca, de irte a buscar para pedirte que vuelvas a iluminar este páramo que ahora soy. Pedirte que vuelvas a ser mi Virgen del Guadiana. Pero gitano como soy, nunca lo haré. Vete en paz, mujer, a hacer sangrar a otros corazones. Vete en paz, dulce chiquilla de veinte años, gitana de mis ojos, duende de mi corazón. Y ahora muerte de mi alma. Vete en paz mujer. Vete de mí, Sara, que aquí. Aquí sólo cabemos los muertos. (jesusmarin73@hotmail.c

viernes, 9 de mayo de 2008

La multiplicidad de Dios

Jesús Marín


Hay algo de milagro cada vez que uno tiene desnuda a una mujer. Es un milagro contemplar su desnudez y abandono, su entrega e inocencia. El mundo cambia cuando una mujer se desnuda ante nosotros y dejamos de ser impuros, dejamos de ser maldecidos para convertirnos en hijos de Dios.

El aire se vuelve tenue, casi transparente, uno respira con el cuerpo, uno respira a través de los sentidos, nuestras manos se convierte en blancas alas que vibran en el espacio de esa piel, los ojos son el centro del mundo. Ella es el centro del mundo: sus senos alimento del desamparado. Su vientre refugio del perseguido. Y sus brazos, dulce prisión del que ha encontrado el camino, del que ha encontrado la luz. Y su cuerpo es el universo, sus ojos, ojos de Dios que todo lo ven y todo lo saben y no hay sabiduría más hermosa que el cuerpo de una mujer. Uno renace en la piel de esa mujer. Uno vuelve a vivir en su vientre, el círculo se completa y no necesita nada más. Uno esta en paz con el diablo y con Dios.

Existe en el cuerpo de una mujer algo del verbo de Dios que nos convierte en hombres libres, nos redime del pecado, nos convierte en inocentes de corazón. Hay en esa frágil entrega en que la mujer se poner a merced de nuestra mezquindad de hombres, cierta santidad solo encontrada en ellas que las convierte en altar, las convierte en templo, en la Biblia de cada día. Y en la oración de cada noche: cordero que quita el pecado de mundo, bendita seas.

Entonces uno entiende el propósito de estar vivo. Uno entiende el propósito de morir entre los muslos de un ángel. Bendito aquel que ha sido bendecido con la desnudez de una mujer. Salvo aquel que ha sido capaz de provocar en el corazón de una mujer la sed de la entrega, porque de él es el reino de Dios. Bendecidos aquellos que han nacido de un vientre y vuelven a sus orígenes y vuelven a su hogar, antigua casa, morada de Dios eterno

Es el vientre desnudo de una mujer el camino trazado por la mano de Dios. Y la verdad revelada nos es dicha y somos peces multiplicándonos en la arenas de su cuerpo y somos tormenta y mar, y somos luz y oscuridad, sólo aquel que ha llorado en el pecho de una mujer conoce el poder del perdón y la gloria de la redención. Bendito aquel que ha sido nombrado por los labios de una mujer, bendito aquel que ha probado de la humedad de una mujer porque nunca mas estará solo, porque nunca más las lagrimas tendrán poder contra él . Y el reino de los cielos es suyo porque ha probado de la vid más deliciosa y se ha sumergido en el mar de la vida y ha resucitado para el mundo y para Dios. Y es hombre entre los hombres y es ángel y es muerte y es como Dios. Sed como niños y multiplicados en el vientre de una mujer y crecer en el vientre de una mujer y sembrar el verbo de dios en el vientre de una mujer, verdad y luz.

Benditas seas mujer porque he sido ciego y tu cuerpo fue mi luz. Bendita seas mujer porque he sido muerto y tu voz fue resurrección. Bendita seas mujer porque estaba solo y pobre y tu cuerpo fue riqueza y tu alma, salvación. Bendita seas porque eres mi luz en la oscuridad de la noche y eres mi pan para esta boca sedienta de ternuras y eres mi vino para esta sed inagotable del destierro.

Hay en el cuerpo de una mujer, la desnudez del mundo y la sabiduría infinita del principio de los tiempos. Y es su sangre el cáliz que limpia el pecado y es su cuerpo la prolongación de la palabra divina y es su cuerpo, semilla de eternidad. Y es su cuerpo prolongación de nuestro cuerpo. Y es su alma, esencia de nuestra alma, sólo quien a muerto por una mujer ha encontrado la verdadera vida y nunca morirá.

Este el cuerpo de Dios convertido en mujer para luz del mundo y salvación de los hombres y su reinado no tendrá fin. Amén.

los aullidos de perro loco desde duranghetto

La neta en la tragedia del perro loco y del abandono de su morrita amada, la Sarita, su Virgencita del Santuario

Jesús Marín


La neta que yo sí te amaba morra, neta que tú eras la efectiva, la que rifaba, la dueña de mis quincenas, la futura madre de mis chavitos, la mera mera, mi princesita oscura, mi media mitad, mi nalguita sácale punta, el altar mayor pues; por ti, noches enteras me la he pasado bien toruzco, bien pegado al cahuameo, con pura cahuama de esas grandotas, bebiéndomelas de golpe y sin respirar, tristeando ante rolas del josealfredo, pisteando sin tomarle sabor, nomás embruteciendo el alma, ahogando el orgullo para pensarte , para extrañar los chicos besotes que nos dábamos y de como mis manos de cholo esquinero, de mariguano sin oficio, de vago mantenido, te recorrían despacito, reteniendo la respiración y las ganas de gritar , de como recorrían ese cuerpecito rumbero, ese cuerpecito de diosa, caray, que gacho se siente ser abandonado por una morra, ser tirado al olvido, como calzón viejo, como envase desechable, caray, se siente uno peor que un perro de la calle y mira que de perro y de calles yo tengo mucho, no lo niego, no niego la cruz de mi parroquia, soy un vil perro de la calle, hijo desutiznadamadre pero neta SARA, así con mayúsculas pa que se enteren todos y veas que no me escondo y veas que puedo salir a mita de la calle y gritarlo, yo te amo, morra, yo te pongo casa y te mantengo; que si ando de huilo con otras morras es por pura necedad, por calenturas, herencia de sangre de macho, de toro descolado, que si no te soy fiel es porque macho he nacido y macho he de morir; agarra la onda pinche morrita enfadosa, entiéndelo Sara, Sarita, yo cuando te veo, siento aquí dentro una ganas de cantar, un jolgorio de palomas revoloteando, puritas hormigas, de esas coloradotas y panzonas recorriéndome la entrepierna y un sol grandote estallando aquí dentro, en el mero mero lugar que tu sabes tan bien y se me enchina la piel y se enchina lo enchinable, morrita, niña, mi Sarita, vuelve, neta que sí te amo, verdad de dios que sí me cuadras, verdad de dios que la primera eres tú, la única nalga que si me late, las demás son meros cotorreos, meros agasajos de un rato, bien sabes que tú eres la única morra que me he ha puesto de rodillas, que me ha hecho llorar de al tiro hasta que se cayeron los oclayos y el nudo ahogándome, yo que no chillaba desde morrillo, lloré por ti esa noche cuando agarraste tus garritas y tomaste el cuchillo cebollero y sin piedad abriste mi pecho y me sacaste el colorado, el latidor y me dejaste sin hombría, todo ajotado, todo chillón y lastimero, me sacaste la sangre desde adentro, hiciste que se me doblaran las corvas y me entrara un sudor frío y tuviera mal viaje sin siquiera haberme atizado, sin siquiera haberle quemado las patas a judas; dan ganas de irme de borracho de tiempo completo, de hundirme en el cemento y soñar con tus piecitos, con tu rostro de santa iglesia, de virgencita del santuario y quitarme la tullidez en que me dejaste, dan ganas de salirme a la calle a buscar quien nos parta la madre de una vez por todas y acabar así el sangradero y acabar así el moqueo y ya no vivírmela pisteando llegándole mortal a los chettos, atizándole gacho al churro y al dolor, haciendo crecer la rabia y la ardidez, mientras lagrimeo, repitiendo tu sacrosanto nombre y ahí me tienes como wey wachando tu foto, esa de quinceañera donde apareces toda sonriente diciéndome que yo siempre sería tu rey, que yo siempre sería tu bizcochito, mentira, mientes como todas las putas viejas, puras gandallas convenencieras, pura chupadoras de la decencia de los hombres; mira que bajo he caído, escuchando rolas del AlejandroSanz, casi casi con pañuelo en mano, casi como morrita en su primer desquinte, neta que te clavaste de a feo, neta que te la bañaste gacho al dejarme abandonado sin mi dotación de tus carnes, sin mi dotación de nalguitas dejándome nomás con el consuelo de mi triste zurda, dejándome adolorido y desinflado, ardido pues, para entiendas pinche morrita, a mí que casi te sentía amar tanto como mi santa madrecita, yo que casi me ponían a camellar pa tenerte como reinita, para darte lo que mereces, que gacha eres, me cae, y ni poder echarte un fon, ni poder llamarte a tu cel, y no lo hago porque no me importes sino porque soy bien machìn y porque tengo unos “esos” enormes y no me veras arrastrándome y no me veras suplicándote, primero me vuelvo puto que hacerlo, me cae, pero quisiera llamarte y escuchar tu voz pa que calmes mis angustias, pa que sosiegues tanto cabuleó del malo, de que hace úlceras y provoca canceres, de esas heridas que no se ven pero son las que duelen más; tu voz mi Sara, mi sarita del alma, mi bizcochito santo, mi nalguita adorada, me hace temblar todito nomás pronuncias mi nombre y me derrito todito y me dobla, neta me doblas de altiro, neta morra, no sé que piensas al dejarme así, herido en pleno corazón , con sesera nomás pa pensar en ti, en tus divinos labios, en tu pequeñito culo, en tus cositas allá abajo, me traes bien enjabonado por ese tallecito de muñequita de sololoi, por esa carita de ángel , morrita me diste toloache del bueno, caldo de calzón del efectivo, ese cariño que de ratos me hacía recordar a mi jefita muerta, caray, Sara, no se vale haberte ido así, haberme dejado todo empanado, todo pusteco, ahora quién será mi virgencita de Guadalupe, ahora quién será mi vieja, mi morra, mi peor es nada, mi panecito, mi bizcochito, la nenita de papá, la reina de mi vida, la merar mera, la catedral sin capillitas, quién va a llenar este vacío que ni el thiner puede ahuyentar, que ni el mezcal puede apaciguar, caray, mi Sara, ninguna me había calado tan hondo y profundo como tú, me moviste el tapete, gacho pero retegacho, ahora ando como perro sin dueño, todito enyerbado, rumiando por el cantón, mirando nuestro catre, ahora tieso y amortajado, y si por las noches no me suelto chillando es porque soy bien machín. Es porque soy el perro loco.
Neta carnalitos del alma, todos compas, si alguno sabe de mi Sara, si alguno la conoce, díganle que me esta llevando la chingada, que ya soy un vil despojo, un vil pendejo, un vato loco que se han rendido, uno que llora como escuincle apenas la mencionan y que sin ella no soy nadie, y sin ella esta vida ya no sabe, sin ella el mezcal es pura agua de riñón y que sin ella ni la mota truena rico, que vuelva y vuelva a ser la reina de mis ardores, la reina de mis noches y la mujer por la que pueda yo ser un machín , un hombre de verda, te amo, Sara, mi virgen del santuario, la reina de mi corazón. Chale Sara, no seas gacha, vuelve. Te amo. Vuelva Sara, no seas ojete. (jesusmarin73@hotmail.com)